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Rapelados rampantes
Carta a Fer tras una tarde rapelando con Marisa y Luis
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Dear Fer,
Efectivamente ayer ya era un poco tarde para que vinieses a rapelar
con nosotros, pero estaba programado así y te lo comuniqué
en cuanto leí tu nota de que te interesaba esa actividad. Se
trata de una pared vertical de roca, rematada por una construcción
de cemento, antiguo nido de ametralladoras de la guerra civil. La
primera vez que la vi fue con Domingo en una salida buscando construcciones
bélicas. En mi recuerdo se me hacía como de treinta
metros de altura y con rápel volado. La realidad es más
bien de dieciocho metros y con rápel vertical pero no volado,
pues no reúne las características de un saliente extraplomado
en la cima, que lo permita. Es decir, al bajar, las piernas no pierden
contacto con la pared. Desde la parte superior se divisa a unos cinco
minutos de distancia, la cafeter�a del puerto de Los Leones.
Arriba hay un grueso murete de cemento que cierra la plataforma desde
donde se enviaban mensajes de amor en forma de balas a los que pasaban
por el puerto y no gozaban de la simpatía de los que disparaban
desde allí. El murete, ¡muérete!, está
equipado con dos chapas bastante separadas entre sí, para montar
una reunión de la cual rapelar. Cuando rapelo me gusta hacerlo
con la cuerda tensa desde el principio, pues me da más seguridad.
Estos anclajes están situados un poco bajos y una vez al otro
lado del murete, al iniciar el rápel, notaba la cuerda un poco
flácida, lo cual no aportaba ningún consuelo a mi ánimo,
pues soy algo menos valiente que Ricardo Corazón de León.
Mi valent�a estriba en superar mi miedo, no en carecer de él.
Así que anduve en varios intentos sin mucho convencimiento.
Me bajaba a un pequeño escalón y agachaba el cuerpo,
pero la cuerda seguía floja. Con la mano izquierda me agarraba
al muro de cemento como si pretendiera dejar impresas en él,
mis huellas digitales. Lo único que tenía que hacer
era echarme un poco hacia fuera, hacia el patio, hasta que se tensara
la cuerda, pero me daba "yuyu". Me faltaba una cierta dosis
de fe, de confianza. Eso de inclinarme hacia el patio con la cuerda
floja, no es mi idea de la felicidad. ¿Y si acortáramos
un poco la cinta de la reunión?, sugería yo. Marisa,
que había montado la reunión, procedió a acortar
la cinta con cara de resignación e incredulidad. Luis, con
paciencia bovina, esperaba al pie de la pared a que se produjera alg�n
tipo de actividad. Aunque a lo mejor no era bovina, la distancia engaña
mucho.
Una vez acortada la cinta, los mosquetones de donde me colgaba quedaban
justo sobre la arista del muro, posici�n que no es la m�s deseable
para un mosquetón que pretenda durar. Marisa, con la paciencia
infinita de Santa Gertrudis, volvió a alargar la cinta y Luis
abajo, buscaba alguna oveja que cuidar. Esto me retrotrajo a la primera
vez que hice un "rapelito" con Ángel y Félix
en La Pedriza. Una vez montado todo, Ángel dijo: "Ahora
sólo tienes que empezar a bajar con las piernas". Yo,
acosado por el síndrome de la "cuerda flácida",
descendí el culo todo lo que pude, pero mis pies seguían
afianzados sobre el escaloncito que me daba seguridad y mi avance
era nulo. Mis manos pálidas por la falta de riego sanguíneo
estrangulaban la cuerda, y cuando por un capricho del azar logré
llegar abajo, mis brazos estaban rígidos como leños
y hubo que llamar a urgencias para que me estiraran los dedos, engarfiados
como las garras de una bruja.
Pero esta vez ha sido mucho mejor, ¡dónde va a parar!
En el momento que logré tensar la cuerda me convertí
en el Capitán Trueno y completamente relajado bajé alegremente
por la cuerda entonando arias a la vida. Como resultado directo, se
arremolinaron negros nubarrones por encima de nuestras cabezas y empezaron
a caer gotas de agua gordas como botijos que acabaron convirtiéndose
en un chaparrón con vocación de aguacero. ¡Esto
es una nube de verano!, dec�amos mientras remábamos en nuestra
piragua plegable hacia un bosquecito cercano en busca de refugio.
Al rato dejó de llover y volvimos a disfrutar de las aventurillas
de la pared. Luis y Marisa bajaron sin incidentes dignos de mención.
Rapelar, rapelábamos poco, pero hablar, hablábamos por
siete, tratando de dilucidar cuál era el mejor método
para utilizar el artilugio de aseguramiento y retención, conocido
como "shunt" o "pico de pato", pato a secas para
los amigos. En cuanto el hombre inventa un armatoste cualquiera, en
seguida salen cuarenta formas de interpretarlo y utilizarlo, como
todos sabemos por los debates en torno a las formas de rapelar, asegurarse
etc. sin que nunca se pongan todos de acuerdo. Lo mejor es probarlo
y quedarnos con la forma que mejor nos funcione. Así que anduvimos
en probaturas con el pato, pato por aquí, pato por allá...
llegamos a la conclusión de que lo mejor era el pato a la naranja.
Incluso nos bloqueamos a mitad de la bajada para que entrara el "pato"
en funcionamiento, reteniéndonos adecuadamente. Lo mejor es
que luego pudimos desbloquearlo sin problemas, presionando levemente
sobre "el pico". El descenso fue suave y armonioso ¡Ya
ves!... ¡Como si pudiera ser de otra forma!... pero me pregunto
si en un rápel volado, en el que todo el peso del cuerpo ejerce
presión sobre el pato, no lo bloqueará en exceso, dificultando
su desbloqueo posterior. Pues nada, habrá que probarlo. Nuestras
ansias de aprendizaje se vieron brutalmente interrumpidas por otro
aguacero con acompañamiento de relámpagos y truenos
y como íbamos cargados de cachivaches de hierro, no parecía
buena idea quedarse mucho tiempo por allí. Así que como
broche final y aunque a primera vista no pareciera una retirada muy
elegante, perdimos todos el culo corriendo cuesta abajo, incluida
Perla, la perrita de los "luises", en nuestro afán
por llegar al coche lo antes posible.
Como cosa curiosa diré que una vez terminado todo el rollo
que antecede, pretendí enviarlo por correo electrónico
adjuntando una foto, pero por alguna maniobra diabólica que
no alcanzo a comprender y que no es la primera vez que me pasa, perdí
todo el texto y no pude encontrarlo, así que he tenido que
volver a reescribirlo, pero ya no me ha salido igual. El anterior
era más bonito, más gracioso y más mejor. Una
pérdida irrecuperable, ¿eh, que no?
Saludos cordiales.
Ernesto Medina (24 de agosto de 2006)
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