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     Crónicas de L'Ernexto  
   
Marcha al Puente de los Pollos "Poyos"
Carta a Domingo Pliego



Dear Domínguez:

Hermoso día ayer, no vimos a casi nadie, quitando un autobús de niños que se quedaron por abajo. Es la ventaja de ir entre semana a la sierra. Para evitar la autopista de la Pedriza, que nos parecía muy trillada, nos fuimos al otro lado del río, que no es tal río si no el arroyo de la Majadilla, aunque el camino como sabes, no va paralelo al arroyo sino a cierta altura por la ladera. Más adelante lo volvimos a cruzar por el puentecillo a la altura del refugio Giner, en el prado del Peluca y ascendimos hasta donde se bifurca el camino y forma una "uve", uno cruza el río y el otro sigue hacia arriba en direcci�n a los Llanillos y a los Cuatro Caminos cuya intersecci�n est� muy bien indicada con cuatro hitos primorosos que no recordaba. Giramos a la izquierda, siguiendo el camino todo rodeado de árboles, aunque echamos de menos las jaurías de monos aulladores que se dan en otras latitudes. De vez en cuando aullaba yo, por combatir la soledad y el silencio del paraje. Es curioso constatar que el bueno de Félix oye mis aullidos como el que oye llover, como si ya antes los hubiera escuchado. A la altura de las piedrotas que nos mencionabas, giramos a la derecha hacia la cueva de la majada de Quila, que para mi sorpresa no está ubicada en una peque�a roca, si no al pie de una tremenda y hermosa pared de considerable altura. ¿Cómo se llama esa pared?

Otra sorpresa, es que a la izquierda de la covacha, a muy pocos metros ascendiendo unas cuantas piedras, hay otra interesante cueva, más profunda y algo más grande que la propia covacha, y no dejaba de preguntarme cómo es que no la mencionas en tu itinerario, ya que es un accidente orográfico ciertamente singular.

Proseguimos por el sendero y más adelante giramos a la derecha y a una distancia del camino, mayor de la que en principio yo suponía, encontramos el estupendo Puente de los Poyos. Félix, en su desconcierto existencial, me había entendido que se trataba de un puente romano y no producto de la erosión. No recuerdo haber estado antes allí, salvo que haya estado contigo en tiempos remotos, en el pleistoceno o así. Pero una formación de esas características no se olvida fácilmente y ni Félix ni yo creíamos haberla visto nunca. Cabe la posibilidad de que me esté volviendo tonto y olvidadizo.

Pretendimos encaramarnos a lo más alto del puente para hacernos la foto, pero no logramos encontrar un paso viable. Tampoco lo intentamos exhaustivamente.

Luego volvimos al camino con la idea de bajar al Collado del Cabrón, que no sé si el nombre le viene de algún hermoso ejemplar de cabra que por allí pastaba o quizá le venga de su propio descubridor, algún montañero que reunía en sí mismo las características poco deseables que justificasen tal nombre. Y de allí al Cancho de los Muertos. Ocurre que a veces veíamos alguna bifurcación que no contemplaba tu mapa y nos entraba la duda, siendo como somos de natural estúpido y alelado. El método de decidir qué camino seguir, echándolo a los dados, nos parecía poco científico a primera vista y enseguida lo descartamos. La siguiente táctica que adoptamos, sin duda más racional, consistía en volvernos de espaldas a la bifurcación de caminos y arrojar una piedra por encima del hombro. El camino a seguir sería aquel que estuviese más cerca de la piedra arrojada. Evidentemente esto no solucionaba el problema, pero nos reíamos mucho. Al final y bastante comprensiblemente, elegimos el que nos pareció más fácil. Antes, a nuestra derecha habíamos dejado un camino que, sin que sirva de precedente, estaba indicado. Iba al Collado Romera y a la senda Termes que pasa por El carro del Diablo. As� que todo parece indicar que íbamos por la senda de Icona que posteriormente nos llevó a lo que debía de ser el Collado del Cabrón, una especie de calvero con rocas aquí y allá y que después de todo es donde queríamos ir. En este lugar y en memoria de quién dio tan ilustre nombre al collado, fuera caprino o humano, nos tomamos un bocadillo que nos proporcionó renovadas energías para equivocarnos en un futuro inmediato.

Desde allí pretendimos continuar al sur hasta el Cancho de los Muertos, pero por alguna elección de camino que se escapa a nuestro nivel actual de inteligencia, nos dirigimos al Este, hacia el sendero que nos llevaba directamente a la autopista de La Pedriza. Ahora me hago la siguiente pregunta: ¿Para qué llevaba Félix la brújula en el bolsillo?

Pero somos personas a quienes les gusta ver el lado positivo de las cosas. ¿Que acertamos?, �magnífico! ¿Que metemos la pata?, �fantástico! De cualquier modo, al final acabamos tomándonos en el pueblo una buena medida de cerveza, que hubieran hecho falta tres camioneros para terminársela, y nosotros en nuestra humildad infinita, nos la soplamos sin esfuerzo aparente.

Olvidaba mencionar que el d�a anterior hab�a navegado por esa fuente de saber infinito que es la "Web". A veces me ocurre que me consumo en divinas ansias de originalidad y cosas que al común de los mortales les importa aproximadamente un higo, o dos higos a lo sumo, para mí adquieren una importancia inusual. Así sucede que me da por ejemplo, por fabricarme una honda de esas que utilizaba David para aniquilar gigantes que se llamasen Goliat. Yo, a falta de gigantes, trato de acertar a los postes de la luz que atraviesan los campos y cuando después de tirar mil veces, acierto una, exclamo "¡Qué bueno soy!" Es evidente que de enfrentarme a gigantes, no me reconoceríais, pues tendría el rostro deformado de las "bofetás" o aplausos faciales que los gigantes me propinarían.

En este orden de cosas, ayer vi una página en la que se mostraban los diversos deportes o actividades ancestrales canarias, y entre ellos estaba "El salto del pastor". Dada la accidentada orografía de algunas islas, los naturales y concretamente los pastores, desarrollaron un sistema de bajar por las abruptas laderas, llenas de bancales, terrazas y desniveles bruscos. Para ello se servían de una larga pértiga, que ellos llamaban lanza, lata, astia etc. y para salvar un desnivel a veces considerable, de varios metros, apoyaban la punta o regatón de la lanza, en la parte inferior y se deslizaban hábilmente por la pértiga hasta llegar al suelo. Y de este modo progresaban ladera abajo con gran celeridad sin necesidad de haber nacido cabra. Al leer esto me quedé fascinado y me pregunté cómo a lo largo de tantos años trabajando en una oficina, nunca eché de menos una larga lanza para bajar las escaleras o dando saltos de rellano en rellano. En realidad cuando yo era botones de un banco, bajaba las escaleras como un rayo, dando saltos sin lanza ni bastón. ¿Qué no podría haber hecho de haber tenido una lanza? Estoy seguro de que me habrían considerado para formar parte de la junta gestora del banco. Pero nunca la tuve, y así me fue, nunca llegué a director ni nada.

Para poner remedio a esta situación intolerable e injusta, ayer mismo me fui corriendo a comprarme una larga vara de madera de almez que se utiliza para mangos de herramientas por su robustez y tenacidad. Solo tenían varas de 2,40 metros o así, los canarios las usaban de tres o cuatro metros, pero la verdad, sería un problema para metérsela en el bolsillo. Así que ayer me fui todo ufano con la pértiga a La Pedriza, con ánimo de bajar por terrazas y bancales inexistentes. Nada más verme, Félix exclamó riéndose "¿Dónde vas con eso, imbécil?" A F�lix es que le gusta animar. En seguida me di cuenta de que aquello era un trasto diabólico. Como Félix iba delante y la vara era tan larga, le iba dando con ella en la cabeza a intervalos regulares. En otras ocasiones se me enredaba en la maleza y tenía que recuperarla a tirones. Sin embargo al bajar me fue muy útil para salvar desniveles de diez centímetros. O sea, lo que uno hace habitualmente dando un paso, sin tanta lanza y tanta leche. Pero la ilusión es la ilusión y el llevar un peso inútil todo el santo d�a, tropezando con todo, también tiene su encanto. Lo que pasa es que vosotros, simples mortales, no sabéis verlo.

Recuerdos.

Ernesto Medina (28 de abril de 2006)


 
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