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Una vuelta por
los Pirineos
¿De verdad lo pasamos bomba?
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Volví ayer por la tarde de los Pirineos, (el �Pirinedo� como
dice un amigo mío que pronuncia todo muy bien). Estuvimos unos
nueve días "disfrutando" como imbéciles, (me
refiero mayormente a mí) de marchas bastante�duras en las que
la distancia aunque larga (unos 25 kms cada día) pasa a un
segundo plano, pues es el desnivel lo que realmente cuenta y lo que
hace que la marcha sea realmente dura (para subir 300 metros de desnivel
a ritmo normal conservador, se necesita una hora). El Monte Perdido
que subimos el último día estaba a 3.355 metros de altitud
y presumiblemente lo seguirá estando pues no teníamos
ánimo para llevarnos ninguna piedra (es el tercero más
alto de los Pirineos y la monta�a calcárea más alta
de Europa). Volviendo de Peña Forca las bajadas por las interminables
pedreras, son casi más duras que las subidas pues se cargan
las rodillas con el peso y los pies resbalan continuamente sobre millones
de piedras fragmentadas, que se deslizan bajo tu peso drenando tu
energía. A veces se sueltan piedras más grandes y caen
rodando cuesta abajo, sorprendiendo agradablemente a los que van por
debajo de ti. Cerca de las cumbres la inclinación del terreno
es enorme y hay que descender a ritmo de caracol, estudiando dónde
pones�los pies y apoyándote en dos bastones para equilibrarte.
Por otra parte tienes escocidas y doloridas la planta de los pies
de tanto andar y por los movimientos laterales al bajar de lado. Muchas
veces tienes que pararte pues ya no sabes cómo apoyar los pies
sin que te duelan. Seguramente es el precio que hay que pagar para
disfrutar de estas hermosas panorámicas.
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Valle de Ordesa,
con las Tres Sorores al fondo.
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El sol contribuyó a nuestro bienestar machacándonos
sin piedad durante toda la jornada sin darnos un respiro, pues a esa
altura no había ni un arbusto donde esconderse y las piedras
apenas proyectaban sombra. También�puede suceder que a pesar
de tus previsiones, el agua acabe agotándose en jornadas tan
largas y no siempre encuentres arroyos a mano para reponerla, es decir,
es más fácil no encontrarlos que encontrarlos, y aun
cuando los encuentres, nunca tienes la seguridad de que el agua vaya
a ser potable, al menos no para todos... Digo esto porque uno de nosotros
aparentemente bebió del mismo arroyo que los demás y�aunque
a nadie le afectó, a él le entró una de esas
simpáticas diarreas que te dejan hecho unos "zorros"
durante varios días. No es mala idea llevar unas pastillitas
potabilizadoras. Sin duda la monta�a es una fuente inagotable de cansancio
infinito, todo depende del tiempo que pases en ella.
A veces tengo serias dudas sobre si realmente
vamos a la montaña a disfrutar. A la vista del panorama al
final de una larga marcha, en la que el que más y el que menos
se queja de los pies o de las rodillas, de cansancio, de calor, de
sed y un largo etcétera, cabe preguntarse ¿por qué
casi todos volvemos una y otra vez?
Bien mirado, cuando realmente disfrutas es
cuando dejas de andar, cuando te detienes en tu actividad montañera.
Nunca he visto a nadie que en pleno esfuerzo subiendo una cuesta
inacabable y pedregosa, sudando como un pollo bajo un sol implacable,
exclame: "¡Qu� bárbaro,
cómo disfruto!", y sin
embargo, cuando por fin llegamos a una fuente o a un remanso umbrío
de un río o un arroyo, refrescándonos los pies en
el agua, exclamamos con la mirada extraviada y los ojos en blanco:
"¡Ahhh, qué felicidad!",
lo cual parece demostrar que andando
como un macho cabrío (o equivalente) se disfruta, pero más
bien poco. ¿O acaso todo esto
no es si no un burdo sofisma? ¿Ehhh?
Irremediablemente también tienes que llevar un macuto a tu
espalda que siempre pesa más de lo que te gustaría
y contribuye poco a tu felicidad. Yo me pregunto perplejo ¿cuánto
pesará el macuto de Luis María, esforzado compañero
de travesía? He podido comprobar en diversas ocasiones que
solamente el botiquín que pasea de un lado a otro sobre sus
robustas espaldas excede con mucho al que llevaban los romanos en
sus campañas en busca de un imperio. Naturalmente esto ha
trascendido y ha llegado a conocimiento del grupo y son legión
los que acuden a su puerta en busca de remedios para sus males:
vitaminas, aspirinas que aspiran, apósitos asépticos,
analgésicos, afrodisíacos, bálsamos curativos
contra el mal de ojo, rodillas de repuesto, infusiones contra el
"Baile San Vito", fórceps para partos equinos y
un largo etcétera que sería cansino enumerar. Se diría
que es una farmacia pirenaica trashumante.
En lo alimenticio, en su mochila encuentra cobijo un muestrario
completo de todos los embutidos de nuestra geografía, "fuagrases"
diversos, cervezas germanas y nacionales, chocolate negro del Turkestán,
latas y latones (sin pronunciar como un chino) bollitos de crema,
ensaimadas de Mallorca, botellitas de agua del Carmen.....�sigo?
Lógicamente también lleva cordinos diversos, cuerdas
para vadear temibles ríos, mosquetones de seguridad, "pioleses"
de colores, y remedios para posibles glaciaciones súbitas.
�Que el Se�or en su infinita bondad te conserve las espaldas! Admitamos
que de esta previsión nos hemos beneficiado casi todos.
La primera jornada fue muy dura y llegamos bastante molidos al refugio.
Entre el cansancio, las condiciones de hacinamiento de la habitación
en la que había 28 personas�y las horrorosas literas de tubo
de hierro que se movían al menor vaivén, no logré
dormir un solo minuto aquella noche, lo cual ayuda poco cuando al
día siguiente te espera otra jornada igual. En lo que a mí
se refiere encuentro la opción de dormir en el suelo mucho
más cómoda: por lo menos el suelo no se suele mover.
Estuve a punto de no salir al día siguiente pues estaba lejos
de sentirme como una rosa, pero los que habían logrado dormir
me animaron a bofetadas para que les acompañase��(otros� se
quedaron). Reconfortado por estos ánimos que me daban de forma
tan explícita, al final salí y poco a poco se me fue
quitando el desánimo y el cansancio.
A menor altura atravesamos hermosas zonas de arbolado (la selva
de Oza), más frescas y umbrías, que es lo que a mi
me gusta y multitud de arroyos que descendían de la montaña.
Uno de ellos era todo un río de 15 metros de anchura que
bajaba imponente de agua formando cascadas y borbollones y no habiendo
puente alguno, no ten�amos más opción que cruzarlo
a pie pues aún estamos lejos de dominar medianamente la técnica
de la levitación. Nos quitamos las botas y los calcetines
y fuimos pasando poco a poco con el agua a medio muslo, animados
por el ejemplo de los más intrépidos. El agua no te
arrastraba pero se hacía notar con fuerza. Afortunadamente
las piedras no eran resbaladizas.
José Luis, un veterano forjado en mil batallas lo pasó
con decisi�n como si lo hiciese todos los días antes de desayunar.
Una vez vadeado el torrente todos nos sentimos más guapos
y más altos.
A la hora de cenar, el cansancio, la necesidad, el hambre y las
ganas de comer nos convertían en un grupo de monjes que hubiesen
hecho voto de silencio. Ni una mosca alteraba el aire. Todos nos
dedicábamos con dedicación y esmero a pasar el contenido
de los platos a nuestro estómago en el menor tiempo posible.
Hacía tiempo que no veía tanta aplicación y
todos sopeteábamos con tanta diligencia que daba gloria vernos.
Fue gran suerte que nadie tomase vitaminas para abrir el apetito,
pues hubiese sido tarea ardua el cerrarlo.
Y después del comer viene el "descomer". Los seres
vivos tenemos dos necesidades fisiológicas básicas
perentorias e inaplazables: la primera se manifiesta siempre de
forma líquida espumosa y burbujeante, en parte similar al
champán; la segunda habitualmente se presenta con una textura
sólida y aromática, al parecer tiene un encanto irresistible
para las moscas que acuden hechizadas por sus efluvios, pero también
puede darse en estado líquido dependiendo de la calidad del
agua que hayamos ingerido. Esta segunda manifestación se
denomina eufemísticamente en inglés "hacer un
número dos", pues los ingleses de buena cuna suelen
ser moderados y discretos en sus expresiones. (Hay otros no obstante
que se cagan directamente en lo m�s barrido, y estos con frecuencia
suelen ser seguidores incondicionales de algún equipo de
fútbol.)
Lo que quiero decir es que cuando tu organismo te reclama por la
noche llevar a cabo "un número dos" en el refugio
de Góriz, por ejemplo, te enfrentas a una pequeña
odisea que comienza con el descenso o destrepe del tercer piso de
literas donde te ha tocado dormir. Uno, que es de tendencias discretas
y respetuosas con los demás, procura no encender la linterna,
actualmente sustituida por un "frontal", para molestar
lo menos posible, así que en la negrura casi de tinta de
la habitación o "dormidero", de espaldas al pasillo
que hay entre las dos hileras de camas, uno se dispone a descender
aferrado a uno de los maderos verticales que son parte estructural
de las literas y en los cuales de trecho en trecho hay unos bloques
de madera que sirven para apoyar los pies. No siempre es fácil
encontrar estos apoyos a la primera en la oscuridad, así
que agarrado con ambas manos al extremo superior del madero intentaba
descender estirando al máximo una pierna y al no encontrar
el apoyo, acababa pataleando silenciosamente en el aire con ambas
piernas dando la sensación de que pedaleaba sobre una bicicleta
inexistente. Me imagino la cara de alguno que me estuviese viendo
desde las literas de enfrente, seguro que pensaba "mi vecino
el sonámbulo está teniendo un sue�o erótico".
De algún modo, al final tocaba el suelo y me iba al exterior
donde tienen emplazados los servicios, cosa que en época
invernal debe constituir un auténtico placer. Allí
te encuentras que el espacio interior en contraste con el enorme
espacio exterior, es increíblemente raquítico y que
prácticamente no cabes en el "vater", ni te puedes
doblar para sentarte en el trono sin darte con los cuernos en la
puerta. Algunas puertas no cierran bien y los pestillos no funcionan,
con lo cual mientras mantienes un equilibrio inestable con las piernas
dobladas y doloridas de la marcha, tienes que agarrar la puerta
con una mano para que no se abra y con el codo del otro brazo apoyarte
en la pared del fondo para no aterrizar en el sumidero y su grato
contenido. El mejor método de "aliviarse" en estos
lugares sería haciendo tus necesidades de pie al igual que
las mulas, pero hay ciertas prácticas a las que los humanos
no estamos acostumbrados. Tampoco hay gancho alguno donde poder
colgar la ropa y te falta una tercera mano para arremangarte los
pantalones y evitar que entren en contacto con las nobles materias
comunes a estos lugares. Las duchas rivalizan en tamaño con
el del retrete: son poco más grandes que un ataúd
puesto de pie, tampoco hay ganchos donde colgar la ropa, pues suele
ser costumbre quitársela para ducharse, así que no
es difícil que acabe tan mojada como tú mismo.
A falta de sitio mejor, coloqué mi pequeño bolso con
el jabón etc. en precario equilibrio sobre el tabique divisorio
y tuve la inmensa satisfacción de ver cómo se estrellaba
contra el suelo y se esparcía todo su contenido sobre el
suelo mojado. Llegué a la conclusión de que en alguna
parte antes, había visto servicios mejores.
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El autor en
la cumbre del Monte Perdido.
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El último día ascendí al Monte Perdido con Byron,
un chaval de 19 años alto y rubio, blanco como una nube blanca,
sobre el que debían de rebotar los rayos solares pues aguantó
sin abrasarse, hijo de irlandés y española. Los demás
no subieron o lo dejaron para otra ocasión. Una tercera persona
que salió con nosotros, a la mitad de la ascensión se
quedó sin fuerzas y decidió que aquel no era todavía
su momento. Nosotros nos pusimos los crampones, pues sin ellos las
botas resbalarían perfectamente, lo cual a esa altura no es
bueno para la salud� (para mí fue�mi primera experiencia con
crampones y piolet) e iniciamos la ascensión por el largo nevero
que iba a la cumbre. En línea recta desde el refugio�a la cumbre
puede haber 1,5 o 2 kms. (en un plano horizontal) pero el desnivel
es�de unos 1.200 metros lo cual lo convierte casi en una pared. Visto
desde abajo te parece increíble poder subir por allí,
pero ves que otros suben y te animas. Cuando ya estás a bastante
altura en una ladera tan inclinada y solamente sujeto por los pinchos
de tus crampones��y el piolet en el que te apoyas, �tienes que concentrarte
en pisar bien pues si te caes o resbalas te vas patinando hasta el
valle, a menos que te detengas clavando lo más rápido
posible el piolet en la nieve, (de hecho, ya ha habido algunos que
se han caído por allí y esa fue la última vez
que se cayeron). Yo casi no me atrevía a mirar a mi espalda
porque se te aflojan las piernas al ver el "patio" que tienes
debajo. Sabes que todo depende de ti, y que el menor desmayo puede
ser fatal. Pero al fin en una ascensi�n que se te hace interminable,
llegas a la cima y el espectáculo es grandioso y puedes contemplar
aquel mar de olas petrificadas a tus pies�en una panorámica
de 360 grados y uno supone que ha merecido la pena todo el esfuerzo.
En el último tramo del valle de Ordesa y ya de vuelta a casa,
bajaba yo por una ligera cuesta distanciado en aquel momento de
los demás, tratando de resolver la cuadratura del círculo
en el vacío de mi cabeza, cuando el azar siempre velando
por añadir una guinda de interés a nuestra vida, en
general vacua y predecible, se manifestó de forma totalmente
inesperada. Observé que uno de los cabos de las lazadas que
atan mis botas era excesivamente largo, pero habiendo andado un
buen número de kilómetros y estando ya cerca del final,
nada hacía pensar que los cordones se fuesen a comportar
de un modo distinto, ¡craso error! , en el último paso
de una serie de miles y gracias a mi andar airoso y desenvuelto,
el cabo de la lazada de una bota acertó a engancharse en
la presilla metálica del empeine de la otra bota, con lo
cual se estableció un puente aéreo de cuerda entre
ambas. Esto lógicamente me llevó a dar un tremendo
traspiés, seguido de un salto de canguro a dos pies que estuvo
en un tris de arrojarme en los brazos de un montañero con
pinta de extranjero que en aquel momento venía en mi dirección.
Cogido de sopetón el hombre extendió una mano hacia
mí. Me paré bruscamente y señalando mis pies
atados le dije "incredible, isn't it?" Por alguna razón
uno piensa que todo extranjero habla siempre inglés aunque
sea de la Papuasia. El extranjero se alejó pensando quizás
en las sutilezas a las que algunos recurren para arrojarse en brazos
de los demás.
Este relato podría continuarlo indefinidamente pero observo
que las persianas de vuestros párpados caen con estrépito
luchando contra el sueño. Felices sueños y hasta otra.
Ernesto Medina (5 de julio 2004)
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