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Otra de setas
Diálogo con el río.
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Salimos un peque�o grupo desde "La Isla" cerca de El Paular
con la mochila todo el día en la espalda, que es una forma
de estar jorobado sin llamarse Quasimodo, recorriendo caminos, explorando
las orillas del río que bajaba reventando de agua, cruzándolo
sobre las rocas resbaladizas que emergían del agua, (cuando
est�n mojadas estas rocas parecen placas de hielo
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Monasterio
de El Paular, dibujo de Domingo Pliego
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y hay que pisarlas con sumo cuidado, la emoci�n est� en que cuando
vuelves a casa exclamas �qu� bien hoy no me he roto la nuca!, si te
la rompes no exclamas nada). La corriente bajaba turbulenta�pero no
lenta pues descendía desde las cumbres por la ladera inclinada
formando remolinos de espuma. �Acaso no sabe el río que cuanto
mayor sea su ímpetu antes se le acabarán las fuerzas?
Pero las corrientes de agua no suelen plantearse estas disquisiciones
filosóficas. En otro lado cruzamos sobre un tronco mojado derribado
sobre el cauce apoyándonos en el fondo del río con un
palo seco que casi arrastraba la corriente, afortunadamente la anchura
es algo menor que la del río Amazonas.
En un momento dado y encontrándome junto al arroyo, me dije:
- ¡Oye!, aprovechando que estás solo ¿por qué
no le dices algo al río como antaño hicieran los poetas
cuando nadie les miraba? ¡Venga hombre, anímate!
Un poco nervioso miré disimuladamente a los lados no fuera
que me lloviesen piedras en cuanto abriera la boca, pero no viendo
a nadie clamé con voz de poeta en el paro:
- ¡Frenad vuestro impulso, oh cantarinas aguas! Mirad que si
ahora derrocháis vuestros caudales y al igual que un potro
desbocado os despeñáis aguas abajo, �qué será
de vosotras al llegar el estío?, �no languideceréis
y cual caracol cansino discurriréis por un lecho sediento y
seco? ¿ehhh?
Pero el río siguiendo su costumbre de muchos siglos no me contestó.
Te está bien empleado, me dije, eso te pasa por hablar con
desconocidos. Y de repente....... se oyó una voz:
-¡Pero cállate hombre, no seas imbécil! , ¿con
quién coño hablas?
Me volví aterrado y rojo como un tomate.
¡Qué horror, me han oído! ¡No volveré
a levantar cabeza en mi vida! ¡No podré mirarles a la
cara! Pero no vi a nadie, me quedé quieto como habitualmente
les ocurre a las estatuas de mármol, abanicando el aire con
las orejas como hacen los elefantes para tratar de captar algún
mensaje. Y una voz interior me susurró:
- ¿Desde cuándo las estatuas de mármol mueven
las orejas, cacho percebe?
- Bueno, tampoco hay que hilar tan fino, se trata de una licencia
poética, dije yo.
- ¡Ahhhh....! - , respondió mi voz interior.
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Puente de
la Angostura, dibujo de Domingo Pliego
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Todo hab�a sido un enga�o de mis sentidos, no hab�a nadie cerca de
mí.
En aquel momento decidí que como experiencia ya era suficiente,
pues los que insisten en hablar solos o con los ríos acaban
en un centro para locuelos y tontuelos en Ciempozuelos.
El día fue variado, algo de niebla, algo de lluvia, pero no
hizo frío. Recogimos setas suficientes para que cada cual se
hiciese�su guisote particular. El paisaje ahora está precioso
por la cantidad de agua que hay en todas partes precipitándose
en peque�as cascadas�que alborotan y dan voz al río, el musgo
mullido como una esponja de vivo color verde tapizaba no pocas rocas.
¡Qué buena ensalada haría si fuese comestible!
Chufa, mi perrita, esta vez no se comió la tortilla de nadie
pero aún así le dieron un trozo demostrando que no le
guardaban rencor por la incursi�n que hizo semanas atrás en
comidas ajenas.
Luis, el mayor de los hermanos de esa colección de chavales
que es parte del grupo, se puso a tirar piedras desde lo alto del
Puente de la Angostura al río que en ese lugar baja encañonado
en una especie de barranco profundo y estrecho. Luis no es el mayor
en t�rminos absolutos pero es mayor que su hermano menor. A veces
me asusto de cómo yo solo sin apenas ayuda soy capaz de llegar
a estas conclusiones sin esfuerzo aparente. Luis, que es un chaval
avispado y despierto, en seguida se dio cuenta de que cuanto más
gorda era la piedra que tiraba, mayor era la cortina de agua que se
levantaba desde el fondo del río, así que llegó
a tirar él solito un pedrusco que debía de pesar la
mitad que él, y logró una estupenda cortina de agua
que ascendió varios metros por encima de la superficie del
agua. Pero esto no era suficiente, sospecho que Luis albergaba en
su inquieto cerebro la estupenda idea de salpicarnos de agua a todos
los que estábamos al borde del puente, pero esto era una labor
de titanes para él: necesitaba recurrir a otro niño
más grande para que le ayudase en su noble objetivo, así
que me pidió ayuda, y entre los dos trajimos la piedra más
gorda que fuimos capaces de levantar y la arrojamos desde el puente......,¡SPLASH!
dijo la piedra al chocar con el río, y un chorro de agua subió
espectacularmente hasta lamer el puente, rompiéndose en miles
de gotas. Perla, la perra de la familia de Luis, corría excitada
de un lado para otro al mismo borde del barranco pensando que era
su santo y que aquellas piedras se las arrojábamos para su
diversión particular y estuvo en un tris de arrojarse al agua.
Luego Luis, el chaval, me hizo una confesi�n: �Sabes una cosa? Eres
mucho más joven de lo que parece; yo creo que te tiñes
el pelo de blanco, creo que te lo lavas con lejía......desde
luego este ni�o es especial.
Al final tomamos todos un refresco y volvimos ya entrada la noche.
En casa me hice un guiso de pollo con verduras, especias, salsa de
soja, laurel, pimienta y siguiendo el consejo de Luis y Marisa le
añadí un sofrito de láminas de ajo, trocitos
de jamón y las setas que encontré: boletos anillados
y macrolepiotas. El resultado fue notable
y estoy por asegurar que si me esfuerzo y pongo mi empeño en
ello, llegaré a superar en conocimientos culinarios a los orangutanes
de Sumatra.
Ernesto Medina (8 noviembre 2003)
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