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Subida a Cotos
(problemas con las cadenas)
Cursillo invernal con sobresaltos.
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Habíamos quedado hacia las ocho de la mañana en el
puerto de Cotos, de la sierra de Guadarrama, ilusionados con la idea
de que por fin, aunque el pronóstico del tiempo era más
bien alarmante, con precipitaciones de nieve, frío intenso,
placas de hielo en la carretera etc. íbamos a recibir un cursillo
invernal de monta�a y aprender el uso del piolé, los crampones,
autodetención en caso de caídas por rampas de hielo,
aseguramientos, conocimiento de algunos nudos etc., cosas, todas ellas
imprescindibles para trabajar en un banco en el centro de la ciudad.
El grueso del grupo iba en dos coches con los profesores. El grueso
del grupo no era nadie en particular al que le sobrasen algunos kilos
y que por esa razón necesitase dos coches para su transporte,
es simplemente una forma de hablar. Yo, por la lejanía de mi
domicilio del resto de la mayoría de los mortales montañeros,
debía ir solo, por mi cuenta, olvidando que mi coche ha conocido
tiempos mejores y empieza a tener goteras, por así decirlo,
manifestándose éstas cuando menos conviene. Para reducir
los inconvenientes al mínimo, dos días antes había
pasado la ITV con mi soberbio �Mercedes �Benz extralujo� dotado con
vistas al mar y marcha atrás..., lo más parecido a él,
que podréis ver, son los coches de choque de las verbenas.
Tuvieron que cambiarle un cojinete de amortiguación de la rueda
delantera izquierda para poner el coche en condiciones de circular.
Le miraron un montón de cosas, incluido el freno de mano.
Con la idea de que me prestase unas cadenas para el coche, fui a casa
de Domingo, con esa seguridad que da el saberse poseedor de un coche
magnífico que acaba de pasar una revisi�n completa. Al aparcar
unas doscientas calles más abajo de donde él vive, eché
el freno de mano y observé complacido cómo saltaba por
el aire el botón del extremo de la palanca y el muelle que
hay debajo de él. �Menos mal que acabo de pasar la revisión,
si no, hubiese sido peor!, dije yo consolándome con este pensamiento.
En seguida me di cuenta, pues soy listo como un zorro...., de que
la palanca se había quedado bloqueada y el coche paralizado,
pero al no tener ya el bot�n con su muelle, no podía desbloquearla
y ya me veía circulando 30 kms. con el coche frenado hasta
llegar a mi casa. �Qué propicios me son los dioses, que me
brindan continuas distracciones para que no me aburra!, pens� yo satisfecho.
Busqué el muelle por los fondos del coche, el muelle naturalmente,
tenía color de alfombrilla polvorienta, más que nada
por jorobar y mantenerme ocupado un buen rato en su búsqueda,
al fin lo hallé, lo metí en el orificio de la palanca
de freno y lo empujé hasta el fondo con el dedo índice,
pensando que si por alguna razón inexplicable lo perdía,
todavía me quedarían otros nueve. Por otra parte a mi
no me gusta se�alar y no lo echar�a mucho de menos; forcejeando y
ara��ndome el dedo, logr� bajar la palanca y as� la dej�. Para evitar
que el coche rodara en ningún sentido, coloqué atravesados
delante y detrás, un transeúnte y un coche que acertaron
a pasar por allí, asegurándoles que volvería
pronto y rogándoles un poco de paciencia.
Volv� con Domingo, una de las pocas personas que sin ser fantasma
tiene cadenas, igual que el escudo de Navarra, y después de
breves tentativas colocó la cadena en la rueda, haciéndome
ver que le sobraban dos o tres eslabones, pues tenemos tama�os distintos
de ruedas. Domingo tiene de casi todo, así que además
de las cadenas, me dejó un piolé y crampones, �lástima
no haberle pedido tambi�n, un orinal con pedales!, para una emergencia.
As� que bien pertrechado con todos estos accesorios me fui para casa,
previamente retiré el transeúnte y el coche que sujetaban
mi vehículo y les di 1000 euros para que se tomaran un café
o seis, alegrándome de que algunas personas tuviesen tan buena
disposición y afán de colaboración.
De regreso, fui pensando todo el camino que al llegar a casa no debía
bajo ningún motivo echar el freno de mano, para evitar posibles
complicaciones al intentar desbloquear la palanca. Naturalmente cuando
me detuve frente a mi puerta, lo primero que hice fue tirar a fondo
de la palanca del freno y bloquear el coche. Sin embargo no me sorprendió
lo más mínimo: a estas alturas he llegado a la conclusi�n
de que las cosas inanimadas tienen una tendencia natural a hacer lo
que les da la gana, como si de una maldici�n b�blica se tratase (�Conseguir�s
tu objetivo con el sudor de tu frente, y nunca a la primera!) as�
que sin alterarme y con infinita paciencia forcejeé como un
loco con la palanca, acordándome de todos sus muertos y al
final la desbloqueé, liberándola de su maleficio. Con
esto, dejó de funcionar en ningún sentido, subía
y bajaba completamente loca y se convirtió en un objeto perfectamente
inútil.
Como ya faltaba poco para anochecer y debía levantarme al alba,
antes que las gallinas que no tengo, para encontrarme en Cotos con
el grupo, me apresuré a probar suerte e intentar colocar las
cadenas en mi coche y de este modo evitar el factor sorpresa de ponerme
a montarlas en la montaña por primera vez. Lleno de esperanza,
la mirada clara y lejos y una canci�n en los labios (más o
menos) me puse en cuclillas junto a la rueda, (�qué bonito
verbo podría salir de aquí!:
yo cuclillo, tu cuclillas...), de mis manos pendía el
amasijo de cadenas que supuestamente debería colocar en un
"pispás"; metí los brazos con la cadena por
detrás de la rueda, manchándome convenientemente las
mangas y allí con confianza y suavidad, intenté a ciegas
unir los dos extremos del aro flexible que mantiene juntas las cadenas.
Mis dedos se mov�an h�bilmente en aquel espacio desconocido e invisible
y gracias a mi pericia, logr� ara��rmelos sin apenas esfuerzo, pero
como por momentos se me estaban quedando heladas las manos, casi no
lo noté. Media hora después, mis movimientos que en
principio eran suaves y diestros, se convirtieron a mi parecer en
intentos nerviosos y precipitados, pero que un observador atento,
menos imparcial que yo, hubiera calificado de histéricos y
espasmódicos. Al fin logré acoplar ambos extremos y
esta uni�n llevó a mi ánimo alicaído tanta felicidad
como la uni�n del pr�ncipe Felipe, al pueblo espa�ol.
El tiempo avanzaba y la tarde empezaba a llamarse noche, harto de
estar en cuclillas, hacía tiempo que había optado por
asentar mis reales posaderas en el suelo y dado el frío reinante
de aproximadamente un grado bajo cero, corría el riesgo de
que se me congelase la popa. La cadena no quería colaborar
y cuando no la miraba atentamente, se escondía debajo de la
rueda y retorcía sus eslabones para que mi trabajo fuera más
interesante. La dejé en el suelo y soplándome las manos
me metí en casa aterido, me preparé una infusión
bien caliente sin azúcar y la derram� directamente sobre mi
cabeza, para calentarme las orejas. Creo estar en lo cierto si digo
que a ellas no les importaba que no estuviese dulce. Forcejeé
media hora más, y si no fuera por mi buena cuna y exquisita
educación, estoy por asegurar que lo mandé todo a la
mierda. (Mi ordenador me subraya esta palabra y me sugiere que utilice
como alternativa, la palabra "muerda"....�Que se vaya el
también a la mierda!)
Entre esto, las previsiones climatológicas y la ausencia de
freno de mano de mi coche, opté por posponer mi salida para
otra ocasi�n. Es decir, me perdí el primer día de cursillo.
El resto del grupo subió felizmente, pues disponen del coche
magn�fico de Fernando, con tracción en las cuatro ruedas y
ba�os individuales. Además, después de todo,
cuando subieron las carreteras estaban limpias de nieve y hielo
y sólo fue a la vuelta cuando tuvieron algún retraso
por la fuerte nevada que caía y la gran caravana que se formó.
El día lo tuvieron estupendo, pero con unos diez grados bajo
cero, lo que les permitió chupar agua en vez de beberla. Pero
de las actividades del primer día de curso, ya os hablaba hace
poco Fernando. Lamentablemente no ha podido asistir al segundo sábado
de cursillo por algún problemilla de rodilla, que todos deseamos
le dure poco... me estoy refiriendo al problemilla, la rodilla puede
durarle algo más.
El segundo sábado pude asistir al curso, la carretera estaba
limpia y el frío era mucho menor, pero para compensar, cuando
llegamos a Cotos estaba lloviendo, no de modo torrencial pero sí
considerablemente, (como diría Toni Leblanc, "estaba 'yo
viendo', que no iba a parar de llover"). En estas condiciones
estrené las polainas y los pantalones nuevos de agua que había
comprado hace dos días, "�esto hay que mojarlo!"
me dije, y efectivamente logré que mientras me ponía
los nuevos bajo la lluvia, los pantalones normales que llevaba debajo
se humedecieran lo suficiente para mantenerme fresco durante horas,
pero bueno, con la actividad y el calor animal que uno desprende,
creo que acabaron secándose.
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Poniendo
a prueba la seta de nieve
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Yo disfruté con el cursillo, como un cerdo en un charco...
aunque no estoy familiarizado con la clase de animal que prefieren
los dem�s, algunos dicen "He disfrutado como un burro"...,
o sea que all� cada cual. En principio, hicimos algo de teórica
básica sobre lectura de mapas y después, pr�cticas sobre
la nieve, aseguramientos, reuniones, nudos, anclajes enterrando uno
o dos piolés y apisonando la nieve encima, dejando fuera un
anillo de cinta que previamente habíamos atado a los piolés
mediante un nudo de alondra; naturalmente, de esta cinta es de donde
luego te cuelgas o te aseguras.
Particularmente interesante resultó el aseguramiento o anclaje
basado en la construcci�n de "setas de nieve".
Como ya sab�is los que recibisteis el curso, consiste en construir
sobre nieve apelmazada (cuando la nieve está blanda), una especie
de islita de forma aovada, en la que el lado superior es el más
ancho, el perímetro de unos tres o cuatro metros de esta isla
o 'seta de nieve' se excava, creando un canalillo o zanja estrecha
de una profundidad que va de 10 a 30 cms. o más, según
sea la consistencia de la nieve. Por este canal se introduce la cuerda
que nos permitirá montar un 'rápel' para descender,
o asegurarnos a ella. Para probar su resistencia, cuatro de nosotros
tiramos como mulas en varias ocasiones y el anclaje aguantó
en todas excepto en una, en la que todos nos caímos patas arriba
pues uno de los lados de la 'seta' de nieve no tenía el grosor
suficiente.
El equipo de material se comportó muy bien a excepción
de los guantes, que calaban magníficamente y acabaron como
una sopa a causa de la lluvia. Será cuesti�n de indagar si
hay algo mejor, aunque la propia experiencia del profesor era algo
desalentadora en este sentido: él tiene como diez pares de
guantes, pero los que abrigan y son cálidos resultan muy gruesos
e incómodos en el tipo de actividades que estamos comentando,
que implica hacer nudos de los cuales puede depender la seguridad
o la vida de otros. �Apuesto a que ninguno de vosotros os pondríais
en manos de un cirujano que llevase guantes de boxeo para operar!
Por otro lado, los que son más finos y cómodos no te
mantienen calientes las manos. Yo propongo llevar un par de cada clase
y el que no utilicemos en un momento dado, nos lo podemos colgar de
las narices con una pinza, así no tendremos que buscarlos en
el fondo del macuto y siempre estar�n m�s cerca del escenario de la
acci�n.
En el ánimo de todos ha quedado un grato recuerdo, hemos aprendido
y nos hemos divertido, que también es muy importante y por
supuesto hemos ganado más confianza, ¡pero no debe quedar
aquí la cosa! Según creo, el hielo se ha resistido a
hacer acto de presencia. ¡Tenemos una cita con él!
Ernesto Medina (7 marzo 2004)
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