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A por setas
Carta a Domingo Pliego narrándole
una ruta micológica por la senda de la Angostura.
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Dear Domingo de Ramos:
Supongo y es mi deseo que hayáis tenido un sábado placentero,
y después de solazado el esp�ritu en la contemplaci�n de las
Edades del Hombre en la catedral de Segovia, os hayáis refocilado
y puesto hasta las orejas de gorrino asado, que tan bueno es para
el colesterol, y mojado media hogaza en su enjundia salsera. Pero
bien hecho está que un día es un día y seis media
docena, que no todo ha de ser ayuno y privación, sino esparcimiento
y solaz que alivie nuestros pesares y evapore nuestras cuitas.
Nosotros quedamos en Cotos, donde acertamos a reunirnos hasta 53 personas
de todo fuste y condición, pero que con el devenir de las horas
y como por arte de ensalmo fueron diluyéndose en la floresta,
y algunos hubo que no volvimos a ver jam�s, lo cual es de agradecer,
que lo poco agrada y lo mucho enfada.
Todos íbamos provistos de cestas, unas de mimbre, otras de
finas duelas entrelazadas, por ser con mucho lo m�s propicio para
recoger frutos del bosque. Unos nos conformábamos con un parco
cestillo, otros con tremenda canasta de dos tapas en la que hubiera
cabido un marrano de mediana alzada. Sin duda sus mayores conocimientos
justificaban sus expectativas de una cosecha abundante y superaban
con mucho mis raquíticas esperanzas.
Pasaron las horas, pasaron muchos miles de litros de agua por el cauce
del arroyo de la Angostura y yo seguía sin estrenarme. Ni un
triste ajopuerro me miraba desde mi cesta vacía, y me pregunté,
por hacer alguna comparaci�n y pasar el rato, si el contenido de mi
cabeza sería similar al de la cesta, porque uno nunca sabe
estas cosas, �comprendes?.
Pasé de una orilla a otra, por ver si aquella margen era mejor
que esta, y entre sus recovecos crecía en silencio alguna seta
prodigiosa que inaugurara mi cesto. Pero es el caso que lo único
que alcanzaba a ver en abundancia eran plastas de mierda de vaca que
jalonaban el camino hasta el horizonte, (tambi�n podr�a haber dicho
esti�rcol �no?) y es que a algunas personas nos gusta molestar.
Pensé que al menos podr�a hacer provisi�n de ellas, por decir
que no iba de vacío y presumir de buena cosecha, pero en seguida
caí en la cuenta de que no era ese el objetivo de nuestra salida
al monte, y que no iba a impresionar a nadie con el contenido de mi
cesta. Entonces me asalt� la tentaci�n: "�Y si le pego una patada
a mi cestillo primoroso, que parezco Caperucita, y salgo corriendo
para Segovia? A lo mejor llego a tiempo de empujarme un lechón
para el coleto" ... y entonces lo vi cerquita del arroyo, estaba
apoyado contra una roca, quizá cansado de crecer. Era un Boletus
Edulis maravilloso, pero esto lo supe después cuando Luis arrojó
luz sobre mi supina ignorancia. Hasta entonces pensé: "�Y
esto qué ser�? Seguro que es una castaña pilonga."
Ya m�s animado seguí buscando, y acabé llenando mi cesta
de Boletus viscoso anillado, aunque tampoco es que necesitase una
carretilla para hacerlo. Del nombre también me enteré
después.
El paraje era precioso. Un riachuelo que venía plet�rico desde
la cumbre saltando piedras, la hierba llegaba hasta el mismo borde
asomándose al caudal, parecía sacado de una pintura
romántica. Subiendo aguas arriba, en direcci�n a las pistas
de Valdesquí, me iba bebiendo el paisaje, porque yo setas no
encontraré, pero beber paisajes... menos mal que sólo
bajaba agua.
Nos reunimos de nuevo junto a un puente y procedimos a tomar un bocado.
Chufa, la perra, siempre graciosa y ocurrente, tuvo la idea de tomar
varios bocados, y se despachó la tortilla de la familia de
Luis, que era un recuerdo familiar y que alguien debió de dejar
destapada y desatendida, pues Luis y su mujer se fueron en busca de
su hija mayor, que sin duda se habr�a quedado embelesada mirando una
seta y se le había olvidado volver. Yo pensaba que entre tantos
como eran por uno solo que faltase no se notar�a apenas, pero se ve
que ellos la quieren como si fuera su hija, y este razonamiento mío
no les convenció. Creo que después de lo de la tortilla
lo menos que puedo hacer es darles la entrada para un piso.
Chufa tuvo un d�a agitado, pues viendo que un perrazo esquimal de
uno de los del grupo me miraba con aire de que le diera parte de mi
bocadillo, se sintió menoscabada en sus intereses, y se enzarzó
en una pelotera perruna sin tener en cuenta que el otro era mucho
más esquimal que ella, y acabó con una herida en el
cuello. Creo que no tiene importancia.
Llegado a casa cogí el Boletus Edulis Magnificus y lo hice
lonchas con la katana japonesa que uso para cortarme el pelo, pero
me abstuve de lanzar un grito a cada tajo que daba, que tampoco era
cosa de montar un n�mero. Me hice una ensaladita sencilla y pude disfrutar
de su aroma y sabor indescriptible, y debido a esta circunstancia
renuncio a describirlo. Lo cierto es que estaba riquísimo y
no me importaría probarlo mil veces más. Decidí
dedicar la noche a hongos, cogí las otras setas y, aunque albergaba
alguna duda razonable respecto a mi incierto futuro si me las comía
todas, también las hice lonchas, las rebocé en harina
y las pasé por una yema batida para lo cual tuve que echarle
huevos a la cosa. Después, una vez doraditas, me las comí
con paciencia y un vaso de vino. Chufa, la hija de perra, recibi�
una parte proporcional al tamaño de su rabo, más que
nada para que no se quede huérfana si me pasa algo. La verdad
es que estaba exquisito y, puestos a morirse, mejor es este m�todo
que muchos otros. Al final, y si llego a ma�ana, habr� merecido la
pena la salida "a setas".
Ernesto Medina (18 octubre 2003)
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