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Consomé
frío
Carta a Domingo Pliego narrando una excursión
con éste y sus amigos.
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Dear Domingo por la mañana:
El sábado pasado fuimos a la Sierra, partiendo de la estación
de El Escorial hasta el puerto de Malagón, con el grupo de
Domingo que eres tú. El día estuvo bastante chungo,
con lluvia, aguanieve y frío. A medida que subíamos,
la manta de nieve lo cubría todo. Muy bonito. También
tuvimos niebla que, de no ser por Domingo, que fue el que inventó
las monta�as y las conoce a fondo, seguro que nos hubiéramos
perdido.
Dejé la perrita en el coche, por miedo a que se mojara y encogiera.
Debajo de un frondoso árbol cargado de nieve nos sentamos a
comer, en una mesa de esas de tablones que hay de vez en cuando. Estaba
cubierta de diez centímetros de nieve (aunque a lo mejor eran
sólo nueve) que barrimos con la mano. El asiento estaba frío
y mojado, y acabamos con el culo fresco.
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Rincón
de Guadarrama, dibujo de Domingo Pliego
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En casa había logrado hacerme un guisote con carne, verduras,
un hueso de jamón etc., y me llevé el caldo (el consomé,
pues) en un termo. Con manos temblorosas ¿y febriles?, no,
febriles no, sólo frías y mojadas, que ya está
bien, me escancié una tacita del brebaje aromático y
humeante. Por cierto, había tenido la precauci�n de echarle
un chorrito de co�ac (menos de media botella) que tanto entona y �rico
estaba, oye!
Entre sorbo y sorbo, y para que no todo fuese felicidad, desde lo
alto de las ramas me caía de vez en cuando una masa de nieve
de consistencia gelatinosa, como del tama�o de un pu�o o así,
y con rara habilidad y notable puntería caía justo en
el centro de la taza, con lo que recibía una ducha de consomé
ardiente mezclado con nieve en toda la jeta, que al mismo tiempo me
abrasaba y me refrescaba la faz. Aproveché la ocasión
para agradecer al destino esta feliz circunstancia. Incliné
entonces la cabeza hacia delante para cubrir la taza y evitar de este
modo las gratas sorpresas que nos depara la nieve. (No es que no me
gustase abrasarme la cara con las salpicaduras, que eso lógicamente
le gusta a cualquiera, pero hay que ser moderado en los placeres y
evitar el abuso). En seguida comprobé que la nieve seguía
cayendo, pero gracias a mi previsión ya no lo hacía
sobre la taza, sino sobre mi cogote: se estrellaba sobre mi nuca refrescándome
las ideas, y resbalaba en graciosos regueros cuello abajo con esa
sensación tan grata que nos produce el agua helada en invierno.
"�Algo hemos ganado!" me dije yo, que me gusta ver la parte
positiva de las cosas.
Y ahora, despu�s del reconfortante consomé con nieve, pensé
yo, me haré un rico bocadillo de jamón, porque esta
vez he tenido la precaución de comprar pan, no como la semana
pasada, que con las prisas lo olvidé. �No se�or! esta vez no,
me acuerdo perfectamente, antes de salir de Brunete compré
pan crujiente y calentito. �Menudo bocadillo me voy a hacer! y, además,
con tomate de ese que llaman RAF, que es sabrosísimo y biológico,
y que a pesar de ser tomate vale un huevo. Busqué afanosamente
en el revoltijo que es condición natural en mi mochila. A la
primera tentativa no lo encontré, sólo localizaba servilletas
empapadas, un gorro chorreando, chorizo mojado... porque �para qué
nos vamos a enga�ar?, mi mochila cala perfectamente. Yo sabía
que el pan constituía el objeto más enorme de todo lo
que llevaba en mi macuto, y que se resistiera a aparecer no auguraba
nada bueno, pero no me alteré porque procuro, dentro de lo
posible, dominar mis impulsos. "�Me cago en tó!"
dije para mí en un momento en que nadie me miraba. Poco a poco
llegué a la conclusión de que para hacerse un bocadillo
no sólo es imprescindible comprar pan, sino que debe uno sacarlo
del coche, meterlo en la mochila y traerlo. Me consolaba la idea de
que tampoco tendría pan para cenar, pues cuando volviese al
coche, Chufa (la perra) ya se lo habría comido, y ya me veía
cenando una raci�n de repollo entre dos galletas. Afortunadamente
somos un grupo montañero bien avenido, y todos me dejaron chupar
el papel donde habían envuelto su pan.
Tambi�n pude constatar que el mejor chubasquero para la sierra es
un simple paraguas tamaño familiar de esos que llevan los gallegos
cuando sacan a pasear "as vaquiñas". Claro que, puestos a pedir,
lo mejor sería ser vaca, que todos sabemos que están
hechas a prueba de agua. Aquí estaba yo con mi espléndido
anorak comprado por Félix en Suecia, que a nada que la lluvia
insista un poco, acabas tan mojado por dentro como por fuera. Además
tiene la nada despreciable ventaja de que cuando ya se ha empapado
del todo, el agua comienza a resbalar y a regar abundantemente los
pantalones. Y digo que es una ventaja porque, en una situación
de supervivencia, simplemente te quitas el anorak, lo retuerces como
una bayeta, y ¡hala! ya tienes agua para tres días.
Cuando llegué al aparcamiento, abrí el coche y dejé
a Chufa, Chufi para los amigos, retozar a sus anchas y aliviarse físicamente
después de su larga espera. Es decir, que "se cagó
en lo más barrido", como dicen los castizos. Observé
complacido que la barra de pan seguía allí, en el asiento,
esperándome con los brazos abiertos. ¡Esta perra es una
santa!, y aún añadí utilizando un símil
absolutamente original: �más buena que el pan!, dije yo orgulloso
sintiéndome un poco su padre. "Ven aquí bonita,
mi perritita guapa", y al decirlo ponía esa voz de cretino
que utilizamos las personas sensibles y un poco estúpidas para
hablar con los perritos guapos y sumisos. La perrita, con el afán
de agradar que tienen los de su raza, vino hacia mí zalamera,
la cara partida en una amplia sonrisa, culebreando el cuerpo, su rabo
segando el aire a un lado y al otro como una guadaña. Al acercarse
a mí su júbilo iba en aumento, y se azotaba los flancos
a gran velocidad medio histérica de alegría, balanceando
las caderas con más ímpetu que Marylin Monroe. En breve
iba a tener yo una nueva experiencia y a comprobar que el plano horizontal
en el que se mueve el rabo de un perro medio puede coincidir peligrosamente
con el plano medio de un hombre medio. Al pasar por mi lado, y sin
esfuerzo aparente, me flageló con admirable puntería
los mismísimos huevos con dos latigazos certeros, que fue una
bendición. Porque para qué nos vamos a andar con eufemismos
como "glándulas reproductoras" o "gónadas
excretoras de licor seminal" y cosas así, que luego casi
nadie te entiende y acabas escribiendo sólo para médicos.
Al tiempo que me doblaba ligeramente por mi parte media exclamé
sin aliento "�hija de perra!", orgulloso de que mi perrita
tuviese tan buena puntería, de un modo espontáneo y
sin haber asistido a clase. Llegué a la conclusión de
que, con recibimientos como este, siempre merece la pena volver.
En fin, que lo pasamos bien en la monta�a, y por eso vuelvo un sábado
tras otro.
Un nabrazo a todos.
Ernesto Medina (23 Feb 2003)
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