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     Crónicas de L'Ernexto  
   
Escalada frustrada
Crónica de una excursión en que pensábamos escalar en La Pedriza
y acabamos haciendo otras cosas.


En un principio la idea era ir a escalar, pero quiso el destino que el tiempo se torciese, y la insistencia del agua de lluvia cayendo sobre nuestras cabezas nos hizo desistir un poco de nuestro plan original. Así que decidimos hacer una marcha al estilo de los primeros conquistadores del Amazonas, dejando en cierto modo que el azar decidiese nuestro rumbo y encaminase nuestros pasos, o al menos esa era la sensaci�n que ten�amos algunos.

En nuestro grupo �ramos como siete personas, una valiente ni�a con nombre de galleta, Mar�a, y otros dos seres que en esta vida les ha tocado ser perros: me refiero a Chufa, mi perra, y a Perla, la de Luis. A lo mejor, si hay futuras reencarnaciones, volverán en forma de audaces monta�eros. Digo esto porque tuvimos que subir por despe�aderos que alguno de nosotros se empeñó en tomar como camino, a pesar de que el agua bajaba brincando entre nuestras piernas.

Hacia el Yelmo, dibujo de Domingo Pliego
Después de mucho andar camino arriba, quiso la fortuna que llegásemos a una especie de estrecho desfiladero, que ascendía enca�onado entre dos enormes paredes de piedra, por el que el agua se despe�aba en alegres torbellinos en sentido contrario al de nuestra marcha, dando saltos mortales entre grandes rocas que la naturaleza había arrojado allí como jugando a los dados. No teniendo de momento otra alternativa más clara, y en un esfuerzo por salir del atolladero, alguien sugirió seguir cascada arriba luchando contra la corriente y los saltos de agua, y donde los demás veíamos claramente un río que se despeñaba ante nuestros ojos, él vio el camino que quizá nos sacase de aquel laberinto. Ahora comprendo perfectamente por qué Don Quijote veía gigantes donde los demás veían molinos. Así que él y otro de los nuestros, posiblemente compa�ero de mili del primero, subieron como avanzadilla del grupo entre saltos de agua. Poco despu�s Luis, tras arduas consideraciones que nunca llegó a exponer, les siguió torrente arriba con la inquieta Perla cruzándosele entre las piernas. En el árbol geneal�gico de esta simpática perrita debe de haber algún tío suyo que fue delfín, porque a ella le encanta estar en remojo como un bacalao. A pesar de eso subía y bajaba nerviosa chapoteando con el agua hasta la cintura alrededor de Luis. "�Perlaaa ven aqu�!" vociferaba el karateka, que se ve que a falta de millones ha heredado buenos pulmones. Perla, muy excitada, dec�a "�arf, arf, arf!", que convenientemente traducido significa "�Dios mío, en qué pollo nos hemos metido!" Al final, y con la ayuda de su amo, que la encaramaba a las rocas, el animal logró coronar con éxito la ascensión de aquella escala salmonera. Luis decidió que, después de todo, aquello se parecía poco a un camino y quizá no sería mala idea volver sobre nuestros pasos, pues quitando el tirarse de cabeza por un acantilado, cualquier otro camino sería mejor. Así que llamó a Perla reiteradamente para convencerla de que todos sus esfuerzos habían sido baldíos y ahora tenía que volver a bajar......... Evidentemente, a ésta la idea no le entusiasmaba, y se movía inquieta de un lado para otro: "�Arf, arf, arf!", exclamaba la perra visiblemente cabreada. (Los perros tienen una alarmante escasez de vocabulario y siempre dicen lo mismo. Pero aunque las palabras sean iguales, los significados son distintos seg�n la ocasi�n, de ah� que resulte tan dif�cil trabajar como traductor de perros). Debo confesar que en esta ocasi�n no supe captar el significado en su totalidad, pero sí alcancé a comprender parte de sus palabras "�Me tenéis hasta el....!" casi estoy por asegurar que dijo algo parecido a "mo�o". Aunque no era esta la palabra, a lo mejor caigo un d�a de estos. A todo esto Luis, con tanta agitaci�n, se estaba poniendo de los nervios. "�Perlaaa ven aquiiií!"....."�arf, arf, arf!" respond�a el can (�que te den pomada, gal�n!). Bueno, al final logr� bajarla y todo continu� con la misma normalidad de antes... es decir, ninguna.

Las perras tambi�n se llevaron su buena raci�n de trepar por grandes rocas casi verticales, para lo que era necesario estar dotado de manos y pies y algo de �nimo. Los perros por regla general carecen de manos, lo que les impide trabajar de oficinistas en un banco y tambi�n les limita bastante a la hora de trepar, as� que tuvimos que darles un empujoncito aqu� y all�. La verdad es que con un poco de ayuda por nuestra parte se portaron como hombres, quiero decir como mujeres.

Hay una especie de refrán inglés que dice "¿Por qué hacer las cosas difíciles cuando con un poco de esfuerzo puedes conseguir que sean imposibles?", y seg�n este criterio continuamos nuestra marcha hacia ninguna parte, o al menos eso nos parec�a de momento. Huíamos siempre de los caminos bien trazados que no suponían ningún reto, y acabábamos ascendiendo por la parte (no me atrevo a decir senda) m�s pedregosa y agotadora. Y si al mismo tiempo lográbamos pasar por encima de una red de raíces, que emergían del suelo gordas como serpientes, pues tanto mejor, pues esto rompía la monotonía de la marcha, resbalábamos, nos cansábamos más y éramos m�s felices. El entorno era evocador... ¿evocador de qué?, pues evocador de "El Se�or de los Anillos", por ejemplo, con sus árboles retorcidos y rugosos semicubiertos de musgo, sus negras raíces fantasmagóricas como dedos esqueléticos brotando del suelo para agarrarte de los pies, la humedad rezumando por todas partes, la niebla enganchada en las ramas...

Las moles de piedra que nos cerraban el paso nos obligaban a dar vueltas como en un laberinto, y hubo alg�n momento en el que creímos pasar dos veces por el mismo sitio. Alguien mencionó el Cancho Amarillo. En mi cerebro de primate comenzó a formarse la horrible sospecha de que no teníamos ni idea de dónde estábamos. También el tiempo pasaba, y cuando yo creía que ya deberíamos descender al valle, continuábamos subiendo interminablemente. Cuando preguntaba dónde estábamos o cómo se llamaba determinado risco nadie parecía tener ni idea, ni tampoco parec�a preocuparles lo m�s m�nimo, lo cual, unido a la alarmante ausencia de mapas y brújulas, llenaba de consuelo mi coraz�n y me inspiraba confianza. Ya me veía pasando la noche con la cabeza confortablemente apoyada en una almohada de helechos chorreando agua y los pies metidos en un charco. La ventaja de todo esto es que seguramente amaneceríamos con ideas frescas.

Una vez más pude comprobar la extraordinaria capacidad que tiene mi equipo para calarse a fondo, y juraría, sin la menor vacilaci�n, que al quitarme el anorak estaba m�s mojado por dentro que por fuera. Afortunadamente tuve la precauci�n de no meter nada dentro de bolsas de plástico en el interior de mi mochila, suponiendo que no iba a llover, y gracias a esta previsi�n la vida tiene muchos m�s alicientes, pues no sabes exactamente qu� te encontrar�s. ¿Se habrá mezclado el papel higiénico con el jamón y el plátano despachurrado formando una agradable pasta de papel nutritivo? Y cuando abres la mochila compruebas que efectivamente ha sido así. Pero no acaban aquí las alegr�as, pues gracias a la humedad, los calcetines que llevo de repuesto para tener algo seco que ponerme, han trabado amistad con todas las migas de pan y las tiritas de esparadrapo que viven en el fondo de mi macuto. A partir de ahora meteré todo en bolsas de plástico, aunque sea agosto por la tarde.

También comprobé la utilidad y la extraordinaria ayuda que supone llevar un paraguas a la monta�a. Resulta que al atravesar zonas de vegetaci�n cerrada y árboles jóvenes muy pr�ximos entre sí, el paraguas no cabe, y te ves obligado a cerrarlo con frecuencia, y al hacerlo agitas las ramas que tienes por encima y alrededor. Esto tiene un doble efecto: por un lado la lluvia aterriza directamente sobre tu cabeza, y por otro las ramas, al ser agitadas, descargan su carga de agua sobre tu cabeza, cara y cuello (aproximadamente cinco litros cada vez). La vegetaci�n baja, envidiosa del triunfo de la vegetaci�n alta, te fustiga los bajos flagelándote con sus ramas elásticas, transfiriéndote generosamente buena parte de su humedad (unos dos litros). Después de esto uno no sabe exactamente por qué continuamos abriendo el paraguas, porque realmente ya no queda nada que mojar. Al final uno lo cierra y lo utiliza de bastón y la tela se encarga de conservarte las manos húmedas y frescas.

El hombre ha llegado a la Luna y casi a Marte, pero todavía no ha inventado nada eficaz contra la lluvia, por ejemplo un buen paraguas de cemento o uno giratorio que arroje el agua a los que pasen por tu lado. Seguramente este sería un buen método de hacer amistades charlando con aquellos a los que has mojado.

Quiso el destino incierto que al fin llegáramos al Collado de la Ventana, y desde allí iniciamos el descenso hacia Canto Cochino, donde pensábamos tomarnos una cerveza fría para entonar el cuerpo. Una vez en el coche puse la calefacci�n a tope, que es un buen tratamiento para combatir la humedad y el relente del atardecer. Chufa, la perrita "fatigordi", pues está sobradilla de kilos, descansaba en el asiento de atrás, inmóvil cual estatua de piedra. Ni siquiera dijo "arf, arf".

Ernesto Medina (29 Nov 2003)

 
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