Como colegiales. Así estamos antes de empezar esta nueva
aventurilla pirenaica. Como colegiales, chavales rejuvenecidos, con
una ilusión loca.
Para esta ocasión elegimos el valle de Pineta, cerca de Bielsa,
Huesca. Planeamos hacer lo que Paco desde el comienzo bautiza como
un "3x2": tres tres miles en dos días. Ahí
es nada. ¿Seremos capaces?
Viernes, 24 de junio de 2005
Quedamos a primera hora de la tarde, después de salir del
cole. Estamos la colegiala Kris la loca y los colegiales Periko, Fran,
Paco, Delfín, Félix y Fer. Y por último otros
dos compis, Carlos y José María, que salen más
tarde. Todos aprendices a montañero. Vamos en tres coches,
turnándonos los conductores. Buen viaje hasta Huesca, Barbastro,
Aínsa y Bielsa. Entramos en el valle de Pineta ya al anochecer
y llegamos al refugio Pineta (1.240 m), donde tenemos reservada una
noche.
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El refu es precioso, una construcción nueva de piedra y
pizarra. Vamos directos al comedor para cenar. De primero sopa con
una pinta estupenda. Platos llenos, por favor. ¿De qué
es la sopa? De fideos y marisco. ¿Marisco en los Pirineos?
Horriiiiiible, qué malo está esto, con el buen aspecto
que tiene. A por el segundo. ¿Qué hay? Patatas fritas
con chipirones refritos. ¿Chipirones en los Pirineos? Más
de lo mismo. Incomible, todo queda en los platos. ¡Lo fácil
que es hacer un filetito o unos macarrones! (Sólo se salva
la ensalada de lechuga y tomate). Luego nos enteramos que la chica
que cocinaba había estado en Pakistán subiendo montañas
(los escaladores guai ahora se van ese país) y haciendo
un curso de cocina rápida, y ya lo comprendimos todo.
El dormitorio de este refugio es atípico porque en vez de
tener literas corridas están parceladas en cubículos
de cuatro. Nos repartimos y nos acostamos, tras comentar hasta la
saciedad la porquería de cena que nos han dado. (Para colmo
ponen una musiquita de fondo árabe, también pakistaní,
que la chica escucha y que sólo Félix es capaz de
gustar.)
Sábado, 25 de junio de 2005
El despertador suena a las seis de la mañana, y a las seis
y media ya estamos desayunando. Poco después de las siete
llenamos las cantimploras, nos cargamos los mochilones y empezamos
a andar. A los cinco minutos llega la primera sorpresa de la jornada:
hay que cruzar el río Cinca, de unos ocho o diez metros de
ancho. Miramos a la izquierda y a la derecha buscando un paso, pero
no hay nada. Ni puentes ni rocas. A por él. Nos descalzamos
y cruzamos disfrutando de la temperatura del agua. Todos menos Kris
y Carlos. Eh, vosotros, ¿no pensáis venir? Y de repente,
casi al unísono, piden con voz medio angelical: ¿nos
cruza alguien a caballito? Pero qué morro. No quieren enfriarse
los pies los señoritos. Y sin embargo ahí va Paco,
cruza de nuevo y se trae a Kris a las espaldas. Y luego vuelve y
hace lo mismo con el armario de Carlos. No damos crédito.
Fer hace fotos para poder mostrar al mundo esto, pocas veces visto.
El grupo de recompone (es decir, se calza) y empieza a subir por
el paredón del valle atravesando un bosque maravilloso. Hayas,
bojes, frutillos silvestres, mil variedades de plantas y una humedad
que nos hace sudar la gota gorda. Pero lo que más sorprende
es que la senda tiene pasos de trepaditas, siendo parte del GR.11
¡Como para venir por aquí con la familia a dar un paseíto
suave! Subida constante, a buen ritmo, sin dejar que Josemari coja
la cabeza en ningún momento para que no imponga un ritmo
rompedor. Según subimos vamos viendo la grandiosidad del
valle de Pineta, el circo que tiene a la cabecera y el valle de
la Munia un poco al este. ¡Qué belleza acumulada en
pocos kilómetros cuadrados!
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Alrededor de la cota 2.300 m, tras haber subido más de mil
y haber dejado atrás el bosque, viene lo peor de toda la
ruta. Periko no se encuentra bien -está saliendo de un trancazo-
y decide volverse. Paco tiene el gesto de renunciar y bajarse con
él. Una pena, porque el grupo queda como desgajado a partir
de aquí, y el disfrute que queda a los demás no va
a ser igual sabiendo que tenemos a dos esperando abajo. Pero así
es la montaña: dura. Y a veces es mejor volverse a tiempo.
Los dos bajan despacio y pasan la noche en un camping.
Los otros siete seguimos para arriba y poco después llegamos
al collado de Añisclo (2.453 m), desde donde se ve la otra
vertiente. ¡Qué panorama! El cañón de
Añisclo por un lado y el valle de Pineta por el otro. El
día está maravilloso, con un sol radiante, como pocas
veces hemos visto por aquí. Hacemos una pequeña paradita
y seguimos para arriba por el GR11. Alrededor de la una y media
hacemos una parada más larga y aprovechamos para repostar
gasolina en forma de ese invento moderno, las navarritas,
cereales compactados. También cae chocolate, orejones, pasas,
higos secos y algún plátano.
Josemari mira despacio el mapa y coge la cabeza. Nos lleva perfectamente
a la pedrera de las Olas, que pasamos con cuidado para no resbalar
más de lo imprescindible. Millones y millones, o quizá
incluso trillones de piedrecitas entre uno y diez centímetros
de tamaño. Es increíble. Todas puestas justo por donde
queremos pasar. Pero somos unos cabezones y dejamos atrás
el pedregal, momento en el que hacemos una nueva paradita, ya a
más de 2.800 m. Kris dice: "¿Sacamos la empanada?"
¡¡Empanada!! Por supuesto, muchacha, que estamos hambrientos.
¡Qué rica! A estas alturas este tipo de comidas sienta
de maravilla.
Seguimos andando y en torno a las cinco de la tarde, tras una trepadita
muy divertida y fácil, hacemos cumbre en el primer tres mil
de la ruta: Punta de la Olas, 3.022 m. Delfín está
que no se lo cree, con una sonrisa de oreja a oreja. "Cuando
se lo cuente a mi jefe...", no deja de repetir. Es su primer
tres mil, así que desde ese momento empezamos a decir que
este es "su" pico.
Nos dirigimos hacia el pico de Añisclo, también llamado
Soum de Ramond, segundo objetivo. Bajamos el collado que lo separa
de la Punta de las Olas (2.965 m) y, otra vez cuesta arriba, cruzamos
por una pedrera muy distinta a la anterior, esta vez de pedruscos
grandes por los que saltamos de uno a otro haciendo equilibrios
de bailarina. Con un ojo vamos buscando la vía para subir
el pico y con el otro vamos viendo dónde podemos dormir,
ya que el plan es pasar la noche al raso por aquí. Al llegar
a la base, Fran, Delfin y Félix prefieren no subir y quedarse
buscando lugar para vivaquear. Carlos, Josemari, Kris y Fer dejan
las mochilas junto a una roca y suben como sarrios. ¡Así
cualquiera! A las seis de la tarde están en la cumbre, tras
recorrer una pequeña arista sin riesgo alguno. Se está
tan bien aquí arriba, con un sol magnífico bañándolos,
que se quedan veinticinco minutos descansando y deleitándose
con el panorama. Luego bajan en agradable charleta.
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Entre tanto los tres buscadores de dormitorio encuentran un vivac
medio preparado (murete de rocas para proteger del viento). Carlos
dirige la operación de agrandarlo un poco a la vez que filma.
Fran mueve los pedrolos más grandes como si fueran de cartón.
Luego viene la cena, de lo más variada. Por un lado Josemari
prepara una sopa rica, rica con el hornillo que ha subido. Delfi
nos da ensalada de pasta. Otros sacan lomo, atún, delicias
varias. Y lo más, lo más, es lo de Carlos: se ha traído
una "ración individual de combate" del Ejército
español: una caja verde militar con una lata de calamares
en su tinta, otra de callos a la madrileña, pastillas antifatiga,
cápsulas potabilizadoras y un pequeño hornillo para
calentarlo todo. ¡Qué fuerte! Y encima nos insiste
e insiste para que le ayudemos a comer todo eso.
En un momento dado vemos que Delfín deja de comer y se pone
pálido, mirando fijamente al norte, con cara de espanto espantado.
¿Qué te pasa, Delfi? ¿Te encuentras mal? Gira
lentamente su cabeza hacia nosotros y nos dice con voz temblorosa:
"¿Por ahí decís que hay que subir mañana?
Imposible. Yo no puedo". Tenemos que animarle con mentirijillas
varias, que no es para tanto, que él está fuerte,
que es menos de lo que parece... Se había quedado impresionado
por la pala de nieve que lleva al cuello del Perdido que habríamos
de subir al día siguiente. Entre el "pico" que
acababa de subir unas horas antes y la "pala" que tenía
delante, los chistes nos salen fácilmente.
Tras la cena va cayendo el sol y vemos con gusto cómo dejan
de iluminarse las últimas cumbres. Cuando baja la temperatura
extendemos los sacos y las fundas de vivac y nos metemos en los
sobres. Empieza aquí el gran momento de Kris, ya que la colegiala
está tan contenta de que la hayamos sacado de excursión
que no calla la boca y dice tonterías a barullo. ¿Sola?
No, claro que no. Todos nos unimos a la algarabía, destacando
Félix, que en eso de hacer el ganso hay pocos que le ganen.
La oscuridad nos envuelve ya del todo, pero no por eso el silencio.
Cuando ya casi todos estamos adormilados es Carlos quien toma el
relevo y nos cuenta mil y una batallitas, entre ellas anécdotas
de cómo se subió el McKinley la primera vez o cómo
descubrieron calaveras de ornitorrinco en el Cervino. Todo vale
con tal de no dejar dormir. Al final, también él cae
de sueño. Miriadas de estrellas nos vigilan.
Domingo, 26 de junio de 2005
Muy de madrugada, no sabemos si son las tres o las cuatro, empieza
a soplar un viento gélido que nos obliga a acurrucarnos en
nuestros sacos. ¡Qué viruji! Con los primeros rayos
de sol para el viento y asistimos al bellísimo espectáculo
del amanecer a tres mil metros. Tonos violáceos y anaranjados
en el horizonte y un sol suave que va ascendiendo e iluminando todo
poco a poco. Hay que estar aquí para ver esto.
Desayunamos, recogemos todo y nos dirigimos a la pala de Delfín.
La nieve está está algo dura y nos ponemos crampones.
Llegamos sin mucha dificultad al Cuello del Monte Perdido, collado
que lo separa del pico Añisclo. Trepada divertida y en un
momento llegamos a una cumbre secundaria desde la que se ve perfectamente
la subida final. Fer comenta: "Alrededor de las diez estamos
arriba", y Carlos matiza: "Diez menos cuarto". Ni
uno ni otro. A las 9:21 Carlos hace cumbre, batiendo records. A
las 9:23 llegan Josemari y Fer, y antes de y media ya todos estamos
en la cima de esta emblemática montaña, el Monte Perdido,
3.355m, tercer pico más alto de los Pirineos.
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El panorama desde aquí es impresionante. Se ve el valle
de Pineta, la parte superior del cañón de Añisclo,
el valle de Ordesa, el amenazante Cilindro de Marboré, el
macizo del Posets y un interminable etcétera. Magnífico
balcón desde el que uno no se cansa de mirar.
Empezamos a bajar. Primero por la Escupidera, ahora sin nieve, hacia
el ibón Helado. Salvamos el Cuello del Cilindro (3.074 m)
con otra trepada sencilla y nos dirigimos hacia el glaciar del Perdido,
al que llegamos tras cruzar un par de neveros. Seguimos algunos
hitos de piedra. En torno a las doce llegamos a un punto en que
hay que bajar rapelando y que está perfectamente equipado
con dos clavijas en las que montar el chiringuito. Sacamos la cuerda,
nos ponemos los arneses, armamos el quiosco y para abajo, de uno
en uno, despacito y buena letra. Disfrutamos como lo que somos,
colegiales de excursión. Esto de rapelar es una gozada, especialmente
un día como hoy en que vamos sin prisa y con un tiempo estupendo.
Unas pocas fotos y un poco de película inmortalizan el momento.
Seguimos bajando, bien guiados por Josemari, y llegamos al Balcón
de Pineta (2.550 m) desde donde se ve el circo de mismo nombre y
el camino de bajada. Innumerables zig-zags nos hacen perder altura.
En torno a la cota 1.800 m nos esperan nuestros queridos Paco y
Periko. ¡Qué alegría! Periko se encuentra mejor
y han venido para acompañarnos en la última parte.
Se agradece. Seguimos bajando y dejamos atrás el circo de
Pineta, con sus arroyos y altísimas caídas de agua.
Antes de las cinco de la tarde llegamos a Parador de Pineta, donde
damos por finalizada la ruta. Cansadísimos y contentísimos.
Para acabar
Una vez más los Pirineos no nos han decepcionado. Muy al
contrario, ya queremos volver. Hacer varios tresmiles en el mismo
fin de semana, el vivac, las trepadas, el rápel, las pedreras,
todo lo vivimos como un fantástico regalo. Y lo mejor, como
siempre, el grupo. Aunque dos no hayan podido subir, han estado
también con nosotros.
Ya en los madriles Delfín nos envía un correo en el
que resume lo que ha vivido:
Ya casi recuperado del palizón de Pirineos empiezo
a tomar conciencia del alcance real de la ruta y de la magnitud
de los objetivos alcanzados. No sólo ha sido subir 'mi
primer tresmil' (mi querid�simo Pico de las Olas), sino pasar
todo el fin de semana en lo alto de las cumbres, superando dificultades
y terrenos que consideraba 'vetados' para mí, contemplar
los Pirineos desde El Monte Perdido, descender a la Laguna Helada,
remontar para bajar de nuevo por pedreros y neveros hacia el
Balcón de Pineta, incluido un rápel 'desastroso'
(a mi me pareció fantástico), y por fin descender
por el interminable sendero hasta el Valle de Pineta.
Lograr todo eso no hubiera sido posible sin el trabajo desinteresado
de los miembros del equipo: Fernando, como líder del
grupo, dise�ando la ruta y encargándose de la coordinación
y de la logística general y animando a todo el mundo.
José María y Carlos, infatigables en la búsqueda
sobre el terreno de los mejores pasos, abriendo el camino al
resto y, cómo no, haciéndonos reír. Félix
con sus consejos, cuánta cordura y sensatez tras esa
fachada de travieso. Kris, irradiando alegría y energía
positiva. Fran, no sabes hasta qué punto me tranquilizaba
saber que también tú estabas cansado. Y finalmente
Pedro y Paco: una pena que no hubierais venido hasta las cumbres,
pero una gran lección... "El primer objetivo es
volver todos".
Realmente yo no hice esos tresmiles, vosotros los hicisteis
por mí. Gracias a todos y un abrazo. |
Poco más se puede añadir.
Hasta la próxima, Piris.
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