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Crónica de la ruta de la Pineta (Pirineos)
(24-26 junio 2005)
Como colegiales. Así estamos antes de empezar esta nueva aventurilla pirenaica. Como colegiales, chavales rejuvenecidos, con una ilusión loca.
Para esta ocasión elegimos el valle de Pineta, cerca de Bielsa, Huesca. Planeamos hacer lo que Paco desde el comienzo bautiza como un "3x2": tres tres miles en dos días. Ahí es nada. ¿Seremos capaces?

Viernes, 24 de junio de 2005
Quedamos a primera hora de la tarde, después de salir del cole. Estamos la colegiala Kris la loca y los colegiales Periko, Fran, Paco, Delfín, Félix y Fer. Y por último otros dos compis, Carlos y José María, que salen más tarde. Todos aprendices a montañero. Vamos en tres coches, turnándonos los conductores. Buen viaje hasta Huesca, Barbastro, Aínsa y Bielsa. Entramos en el valle de Pineta ya al anochecer y llegamos al refugio Pineta (1.240 m), donde tenemos reservada una noche.

El refu es precioso, una construcción nueva de piedra y pizarra. Vamos directos al comedor para cenar. De primero sopa con una pinta estupenda. Platos llenos, por favor. ¿De qué es la sopa? De fideos y marisco. ¿Marisco en los Pirineos? Horriiiiiible, qué malo está esto, con el buen aspecto que tiene. A por el segundo. ¿Qué hay? Patatas fritas con chipirones refritos. ¿Chipirones en los Pirineos? Más de lo mismo. Incomible, todo queda en los platos. ¡Lo fácil que es hacer un filetito o unos macarrones! (Sólo se salva la ensalada de lechuga y tomate). Luego nos enteramos que la chica que cocinaba había estado en Pakistán subiendo montañas (los escaladores guai ahora se van ese país) y haciendo un curso de cocina rápida, y ya lo comprendimos todo.

El dormitorio de este refugio es atípico porque en vez de tener literas corridas están parceladas en cubículos de cuatro. Nos repartimos y nos acostamos, tras comentar hasta la saciedad la porquería de cena que nos han dado. (Para colmo ponen una musiquita de fondo árabe, también pakistaní, que la chica escucha y que sólo Félix es capaz de gustar.)

Sábado, 25 de junio de 2005
El despertador suena a las seis de la mañana, y a las seis y media ya estamos desayunando. Poco después de las siete llenamos las cantimploras, nos cargamos los mochilones y empezamos a andar. A los cinco minutos llega la primera sorpresa de la jornada: hay que cruzar el río Cinca, de unos ocho o diez metros de ancho. Miramos a la izquierda y a la derecha buscando un paso, pero no hay nada. Ni puentes ni rocas. A por él. Nos descalzamos y cruzamos disfrutando de la temperatura del agua. Todos menos Kris y Carlos. Eh, vosotros, ¿no pensáis venir? Y de repente, casi al unísono, piden con voz medio angelical: ¿nos cruza alguien a caballito? Pero qué morro. No quieren enfriarse los pies los señoritos. Y sin embargo ahí va Paco, cruza de nuevo y se trae a Kris a las espaldas. Y luego vuelve y hace lo mismo con el armario de Carlos. No damos crédito. Fer hace fotos para poder mostrar al mundo esto, pocas veces visto.

El grupo de recompone (es decir, se calza) y empieza a subir por el paredón del valle atravesando un bosque maravilloso. Hayas, bojes, frutillos silvestres, mil variedades de plantas y una humedad que nos hace sudar la gota gorda. Pero lo que más sorprende es que la senda tiene pasos de trepaditas, siendo parte del GR.11 ¡Como para venir por aquí con la familia a dar un paseíto suave! Subida constante, a buen ritmo, sin dejar que Josemari coja la cabeza en ningún momento para que no imponga un ritmo rompedor. Según subimos vamos viendo la grandiosidad del valle de Pineta, el circo que tiene a la cabecera y el valle de la Munia un poco al este. ¡Qué belleza acumulada en pocos kilómetros cuadrados!

Alrededor de la cota 2.300 m, tras haber subido más de mil y haber dejado atrás el bosque, viene lo peor de toda la ruta. Periko no se encuentra bien -está saliendo de un trancazo- y decide volverse. Paco tiene el gesto de renunciar y bajarse con él. Una pena, porque el grupo queda como desgajado a partir de aquí, y el disfrute que queda a los demás no va a ser igual sabiendo que tenemos a dos esperando abajo. Pero así es la montaña: dura. Y a veces es mejor volverse a tiempo. Los dos bajan despacio y pasan la noche en un camping.

Los otros siete seguimos para arriba y poco después llegamos al collado de Añisclo (2.453 m), desde donde se ve la otra vertiente. ¡Qué panorama! El cañón de Añisclo por un lado y el valle de Pineta por el otro. El día está maravilloso, con un sol radiante, como pocas veces hemos visto por aquí. Hacemos una pequeña paradita y seguimos para arriba por el GR11. Alrededor de la una y media hacemos una parada más larga y aprovechamos para repostar gasolina en forma de ese invento moderno, las navarritas, cereales compactados. También cae chocolate, orejones, pasas, higos secos y algún plátano.

Josemari mira despacio el mapa y coge la cabeza. Nos lleva perfectamente a la pedrera de las Olas, que pasamos con cuidado para no resbalar más de lo imprescindible. Millones y millones, o quizá incluso trillones de piedrecitas entre uno y diez centímetros de tamaño. Es increíble. Todas puestas justo por donde queremos pasar. Pero somos unos cabezones y dejamos atrás el pedregal, momento en el que hacemos una nueva paradita, ya a más de 2.800 m. Kris dice: "¿Sacamos la empanada?" ¡¡Empanada!! Por supuesto, muchacha, que estamos hambrientos. ¡Qué rica! A estas alturas este tipo de comidas sienta de maravilla.

Seguimos andando y en torno a las cinco de la tarde, tras una trepadita muy divertida y fácil, hacemos cumbre en el primer tres mil de la ruta: Punta de la Olas, 3.022 m. Delfín está que no se lo cree, con una sonrisa de oreja a oreja. "Cuando se lo cuente a mi jefe...", no deja de repetir. Es su primer tres mil, así que desde ese momento empezamos a decir que este es "su" pico.

Nos dirigimos hacia el pico de Añisclo, también llamado Soum de Ramond, segundo objetivo. Bajamos el collado que lo separa de la Punta de las Olas (2.965 m) y, otra vez cuesta arriba, cruzamos por una pedrera muy distinta a la anterior, esta vez de pedruscos grandes por los que saltamos de uno a otro haciendo equilibrios de bailarina. Con un ojo vamos buscando la vía para subir el pico y con el otro vamos viendo dónde podemos dormir, ya que el plan es pasar la noche al raso por aquí. Al llegar a la base, Fran, Delfin y Félix prefieren no subir y quedarse buscando lugar para vivaquear. Carlos, Josemari, Kris y Fer dejan las mochilas junto a una roca y suben como sarrios. ¡Así cualquiera! A las seis de la tarde están en la cumbre, tras recorrer una pequeña arista sin riesgo alguno. Se está tan bien aquí arriba, con un sol magnífico bañándolos, que se quedan veinticinco minutos descansando y deleitándose con el panorama. Luego bajan en agradable charleta.

Entre tanto los tres buscadores de dormitorio encuentran un vivac medio preparado (murete de rocas para proteger del viento). Carlos dirige la operación de agrandarlo un poco a la vez que filma. Fran mueve los pedrolos más grandes como si fueran de cartón. Luego viene la cena, de lo más variada. Por un lado Josemari prepara una sopa rica, rica con el hornillo que ha subido. Delfi nos da ensalada de pasta. Otros sacan lomo, atún, delicias varias. Y lo más, lo más, es lo de Carlos: se ha traído una "ración individual de combate" del Ejército español: una caja verde militar con una lata de calamares en su tinta, otra de callos a la madrileña, pastillas antifatiga, cápsulas potabilizadoras y un pequeño hornillo para calentarlo todo. ¡Qué fuerte! Y encima nos insiste e insiste para que le ayudemos a comer todo eso.

En un momento dado vemos que Delfín deja de comer y se pone pálido, mirando fijamente al norte, con cara de espanto espantado. ¿Qué te pasa, Delfi? ¿Te encuentras mal? Gira lentamente su cabeza hacia nosotros y nos dice con voz temblorosa: "¿Por ahí decís que hay que subir mañana? Imposible. Yo no puedo". Tenemos que animarle con mentirijillas varias, que no es para tanto, que él está fuerte, que es menos de lo que parece... Se había quedado impresionado por la pala de nieve que lleva al cuello del Perdido que habríamos de subir al día siguiente. Entre el "pico" que acababa de subir unas horas antes y la "pala" que tenía delante, los chistes nos salen fácilmente.

Tras la cena va cayendo el sol y vemos con gusto cómo dejan de iluminarse las últimas cumbres. Cuando baja la temperatura extendemos los sacos y las fundas de vivac y nos metemos en los sobres. Empieza aquí el gran momento de Kris, ya que la colegiala está tan contenta de que la hayamos sacado de excursión que no calla la boca y dice tonterías a barullo. ¿Sola? No, claro que no. Todos nos unimos a la algarabía, destacando Félix, que en eso de hacer el ganso hay pocos que le ganen.

La oscuridad nos envuelve ya del todo, pero no por eso el silencio. Cuando ya casi todos estamos adormilados es Carlos quien toma el relevo y nos cuenta mil y una batallitas, entre ellas anécdotas de cómo se subió el McKinley la primera vez o cómo descubrieron calaveras de ornitorrinco en el Cervino. Todo vale con tal de no dejar dormir. Al final, también él cae de sueño. Miriadas de estrellas nos vigilan.

Domingo, 26 de junio de 2005
Muy de madrugada, no sabemos si son las tres o las cuatro, empieza a soplar un viento gélido que nos obliga a acurrucarnos en nuestros sacos. ¡Qué viruji! Con los primeros rayos de sol para el viento y asistimos al bellísimo espectáculo del amanecer a tres mil metros. Tonos violáceos y anaranjados en el horizonte y un sol suave que va ascendiendo e iluminando todo poco a poco. Hay que estar aquí para ver esto.

Desayunamos, recogemos todo y nos dirigimos a la pala de Delfín. La nieve está está algo dura y nos ponemos crampones. Llegamos sin mucha dificultad al Cuello del Monte Perdido, collado que lo separa del pico Añisclo. Trepada divertida y en un momento llegamos a una cumbre secundaria desde la que se ve perfectamente la subida final. Fer comenta: "Alrededor de las diez estamos arriba", y Carlos matiza: "Diez menos cuarto". Ni uno ni otro. A las 9:21 Carlos hace cumbre, batiendo records. A las 9:23 llegan Josemari y Fer, y antes de y media ya todos estamos en la cima de esta emblemática montaña, el Monte Perdido, 3.355m, tercer pico más alto de los Pirineos.

El panorama desde aquí es impresionante. Se ve el valle de Pineta, la parte superior del cañón de Añisclo, el valle de Ordesa, el amenazante Cilindro de Marboré, el macizo del Posets y un interminable etcétera. Magnífico balcón desde el que uno no se cansa de mirar.

Empezamos a bajar. Primero por la Escupidera, ahora sin nieve, hacia el ibón Helado. Salvamos el Cuello del Cilindro (3.074 m) con otra trepada sencilla y nos dirigimos hacia el glaciar del Perdido, al que llegamos tras cruzar un par de neveros. Seguimos algunos hitos de piedra. En torno a las doce llegamos a un punto en que hay que bajar rapelando y que está perfectamente equipado con dos clavijas en las que montar el chiringuito. Sacamos la cuerda, nos ponemos los arneses, armamos el quiosco y para abajo, de uno en uno, despacito y buena letra. Disfrutamos como lo que somos, colegiales de excursión. Esto de rapelar es una gozada, especialmente un día como hoy en que vamos sin prisa y con un tiempo estupendo. Unas pocas fotos y un poco de película inmortalizan el momento.

Seguimos bajando, bien guiados por Josemari, y llegamos al Balcón de Pineta (2.550 m) desde donde se ve el circo de mismo nombre y el camino de bajada. Innumerables zig-zags nos hacen perder altura. En torno a la cota 1.800 m nos esperan nuestros queridos Paco y Periko. ¡Qué alegría! Periko se encuentra mejor y han venido para acompañarnos en la última parte. Se agradece. Seguimos bajando y dejamos atrás el circo de Pineta, con sus arroyos y altísimas caídas de agua. Antes de las cinco de la tarde llegamos a Parador de Pineta, donde damos por finalizada la ruta. Cansadísimos y contentísimos.

Para acabar
Una vez más los Pirineos no nos han decepcionado. Muy al contrario, ya queremos volver. Hacer varios tresmiles en el mismo fin de semana, el vivac, las trepadas, el rápel, las pedreras, todo lo vivimos como un fantástico regalo. Y lo mejor, como siempre, el grupo. Aunque dos no hayan podido subir, han estado también con nosotros.

Ya en los madriles Delfín nos envía un correo en el que resume lo que ha vivido:

Ya casi recuperado del palizón de Pirineos empiezo a tomar conciencia del alcance real de la ruta y de la magnitud de los objetivos alcanzados. No sólo ha sido subir 'mi primer tresmil' (mi querid�simo Pico de las Olas), sino pasar todo el fin de semana en lo alto de las cumbres, superando dificultades y terrenos que consideraba 'vetados' para mí, contemplar los Pirineos desde El Monte Perdido, descender a la Laguna Helada, remontar para bajar de nuevo por pedreros y neveros hacia el Balcón de Pineta, incluido un rápel 'desastroso' (a mi me pareció fantástico), y por fin descender por el interminable sendero hasta el Valle de Pineta.
Lograr todo eso no hubiera sido posible sin el trabajo desinteresado de los miembros del equipo: Fernando, como líder del grupo, dise�ando la ruta y encargándose de la coordinación y de la logística general y animando a todo el mundo. José María y Carlos, infatigables en la búsqueda sobre el terreno de los mejores pasos, abriendo el camino al resto y, cómo no, haciéndonos reír. Félix con sus consejos, cuánta cordura y sensatez tras esa fachada de travieso. Kris, irradiando alegría y energía positiva. Fran, no sabes hasta qué punto me tranquilizaba saber que también tú estabas cansado. Y finalmente Pedro y Paco: una pena que no hubierais venido hasta las cumbres, pero una gran lección... "El primer objetivo es volver todos".
Realmente yo no hice esos tresmiles, vosotros los hicisteis por mí. Gracias a todos y un abrazo.

Poco más se puede añadir.
Hasta la próxima, Piris.


 

 

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