Primera ruta Haciendo Camino a Picos de Europa. Todos habíamos
estado allí una o más veces, pero nunca como grupo.
La idea original era haber dormido en el refugio Vega Urriello,
al pie del Naranjo, pero no pudimos coger plazas, así que
nos alojamos en un pueblo cercano, Vega de Liébana, en el
Albergue El Portalón (www.albergue-el-portalon.com).
Vamos once (Miki, Carlos, Kris, Ñaki, Félix, Periko,
Chus, José María, Miguel, Ángel y Fer), todos
con unas ganas de morirse de patear monte y disfrutar de las últimas
nieves de la temporada. Nos recomiendan llevar raquetas de nieve,
y las llevamos también. En las mochis va lo de siempre,
incluyendo la ferretería completa por si hay hielo o pasos
delicados.
Viernes, 22 de abril de 2005
Dos meses antes habíamos intentado ir a los Picus, pero tuvimos
que cancelar la ruta por haber riesgo de aludes. Así que
cuando nos montamos en los coches estamos hipermotivados, eufóricos,
lo cual se nota en las caras y en las tonterías que decimos
sin parar.
El viaje fue un poco raro. Para ir a Potes hay varias opciones,
y cada asturiano o cántabro tiene su predilección,
así que no sabíamos bien qué hacer. Al final
vamos por Palencia y nos hacemos un señor lío en la
circunvalación en obras. Tenemos la cabeza en otro sitio.
Ya de noche llegamos a Vega de Liébana, pueblecito a ocho
Km de Potes, donde tenemos reservadas habitaciones.
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Nos dan tres habitaciones, una con ocho camas, otra con seis y
otra con dos, y un aseo para todos. Más que de sobra. Luego
viene la cena, que tiene un matiz curioso. En palabras de Miguel,
es una sistema auto-gestionado, ya que menos guisar tú te
lo tienes que hacer todo. Servir la mesa, rellenar las jarras de
agua, buscar servilletas, recoger platos y cubiertos, limpiar las
migas de pan, colocar las sillas, etc. Todo se lo gestiona uno solo.
Y sin rechistar. Al menos la cena (macarrones, filete de cerdo con
patatas, yogur) está buena. Tras recoger y dejar el comedor
como los chorros del oro nos juntamos un ratito para decidir los
últimos detalles de la ruta del día siguiente, ya
que el plan había que cambiarlo al enterarnos que el desayuno
tenía que ser tarde (a las ocho) y el teleférico abría
también tarde (a las diez). Para esta charleta Felisuco y
alguien más piden un orujito y se encuentran con la ley seca,
ya que el alcohol está más que vedado. A aguantarse
toca. Al final decidimos ir por una de las rutas marcadas por el
boss-stabilo, a saber: subir al Cable en teleférico, ir hacia
la Vueltona, subir a la Canalona y de ahí a Peña Vieja.
Si quedaba tiempo, acercarnos a los Horcados Rojos. Si no, vuelta
al Cable. Buen plan. Todos contentos (menos los del orujo no precisamente
auto-gestionado) nos vamos a dormir.
Sábado, 23 de abril de 2005
¡ A por los Picus !, grita alguien al sonar el despertador.
Desayunamos rápido y algo tensos, cogemos los coches y aparcamos
en Fuente Dé, famoso paraje por el Parador, el espectacular
entorno entre paredones de piedra y por el teleférico que
en cuestión de minutos salva un desnivel de 800 metros.
Subimos al teleférico junto con unos esquiadores que van
a participar en uno de esos ralies de esquí reservados sólo
para machacas. Si el trayecto ya es de por sí emocionante,
la llegada lo es aún más, porque da la sensación
que la cabina se va a estampar contra la pared de piedra, arrugándose
y cayendo después al vacío. En el último instante
se eleva un poco y se cuela por una abertura en la roca hasta parar.
Uf, qué diver.
Al llegar arriba (mirador de El Cable se llama este sitio) vemos
que ya hay nieve, nos ponemos las polainas y nuestro reportero especial,
Carlos, empieza a filmar con la cámara del Periko con intención
de hacer uno de los mejores documentales montañeros de la
historia, pero poco después se estropea la cámara
y nos quedamos con las ganas. Una pena.
Iñaki quiere ponerse ya las raquetas (en realidad quería
ponérselas abajo, mientras esperábamos la cola del
teleférico) pero le decimos que espere un poco, para ver
cómo está la nieve. Paciencia, campeón.
En este punto, a 1.800 metros de altura, vemos unos paisajes fantásticos.
Fuente Dé quedó abajo pequeñito, y varias montañotas
se ven desde aquí maravillosamente. En el mirador hay un
balcón curioso, formando un saliente y con suelo de rejilla,
por lo que al ponerse sobre él ve el vacío debajo.
Sensaciones fuertes desde el principio.
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Empezamos a andar hacia la Vueltona, dejando a la derecha el camino
que va a Áliva y adentrándonos en el valle con dirección
oeste. Según avanza la mañana se va cubriendo de nubes,
pero en ningún momento se nos pasa por la cabeza volvernos.
¡Ni mucho menos! Avanzamos a media ladera, siempre por nieve
blanda, a buen ritmo. A nuestra derecha, unas inmensas paredes de
piedra que son la cara sur de Peña Olvidada. Y a nuestra
izquierda la vaguada del valle. Iñaki no puede aguantar más,
se pone las raquetas y sale a toda velocidad, casi remando con sus
dos bastones. No es que tenga prisa por llegar a ningún lado,
pero sabe que es uno de los últimos días de la temporada
que va a usarlas, y le gusta tanto... Los demás hacemos lo
mismo.
Pasamos la Vueltona y un trecho antes de la conocida cabaña
Verónica, que vemos frente a nosotros, Fer mira el GPS y
dice que ya está bien de ir por terreno fácil, que
hemos llegado a las palas fuertes y que hay que girar a la derecha
para subir hacia la Canalona, collado que separa los picos de Santa
Ana y Peña Vieja. Al ver las pendientes que tenemos que subir
las reacciones son variadas: unos, contentísimos con sonrisas
de oreja a oreja, dicen "por fin"; otros, menos lanzados,
se hacen cruces al ver lo que nos espera. Pero todos tiramos para
arriba, cada uno a su ritmo, sin perder contacto visual unos con
otros en ningún momento.
La subida es lenta y dura, no sólo por la pendiente en sí
sino también por la nieve, que está muy blanda. Son
dos palas largas, de más de 200 metros cada una, separadas
por una zona de menos pendiente. Nuestro trío de ases (Iñaki,
Carlos y José María), que son claramente los más
fuertes del grupo, cogen la cabeza y llegan arriba bastante rápidos.
Después el resto. Estas dos palas, y en especial la segunda,
nos dan un disfrute máximo. En media estimamos que tendrían
45º de inclinación, con unos veinte metros últimos
en que la inclinación era de 60º o algo más.
Evidentemente todo este último tramo lo hacemos con ayuda
del piolé y dando patadas a la nieve para clavar bien las
botas y hacer escaloncitos al subir. Pasito a pasito vamos llegando.
Habría estado bien filmar todo esto y haberlo visto luego
en casa explicando todos los detalles a los nuestros. Fotos sí
hacemos.
En la Canalona hace un vendaval tremendo, al ser un estrechamiento
donde se juntan todos los vientos del valle, así que salimos
rápidamente de allí, enfilando la última cuesta
(dirección este) hacia la Peña Vieja. Carlos e Iñaki,
incansables, salen disparados para arriba. En torno a las dos de
la tarde hacen cumbre. Después llega Fer, las chicas de oro,
Kris y Chus, Miguel y el resto del grupo. Estamos a 2.613m, en el
quinto pico más alto de los Picos de Europa. ¡Qué
bien se está aquí arriba, qué sensaciones,
qué satisfacción! Paradita para descansar y disfrutar
del momento. Una pena que las nubes no nos dejen ver el Naranjo
de Bulnes, aunque casi no lo echamos de menos viendo lo demás.
Es la hora de comer, y curiosamente aquí no hace tanto frío
como abajo (9º marca el termómetro), así que
comemos la mar de a gusto, sentados sobre las pocas rocas de la
cumbre. Chocolates, barritas, jamón, pan, plátano,
golosinas, fuet, de todo traemos. Pero sin duda quien destaca es
Josemari, que abre una lata de calamares en su tinta y una tarrina
de macarrones bolognesa. Todo helado, pero dice que está
bueno. Ofrece al grupo y todos catamos un poco. ¡Rico, rico!
No creemos que mucha gente antes de nosotros haya comido calamares
aquí arriba. Original que es el chico.
Según comemos la niebla se nos echa encima, así que
cerramos el chiringuito y empezamos a bajar. La huella de la ida
nos guía perfectamente. Al llegar a la Canalona tenemos el
mayor percance de la ruta. De repente, vemos que Félix se
hunde en la nieve y sólo queda visible la cabeza, parte de
los brazos y la seta de la mochila. Se había colado en un
agujero, con la mala suerte que un pie estaba atrapado en una roca
y no lo podía sacar. Rápidamente nos movilizamos y
hacemos el agujero más grande, con la ayuda de los piolés,
hasta poder acceder a los pies de Felisuco para desencajarlo. Palanca
con los brazos y ya está fuera. Vaya susto. La nieve recién
caída a veces es traicionera. Una vez más se comprueba
que la seguridad está en el grupo.
Respiramos hondo y seguimos para abajo. Estamos en la pala más
inclinada, que decidimos bajar de espaldas, nuevamente dando patadas
a la nieve y asegurándonos con el piolé. (De esta
forma es menos expuesto y controlamos mejor la bajada.) Cuando la
pendiente disminuye nos damos la vuelta y bajamos de frente. La
nieve está aún más blanda que por la mañana
y dudamos entre ponernos las raquetas o hacer culo-esquí.
Al final la mayoría optamos por lo segundo, bajando con cierto
control y frenando la caída con el piolé cogido como
si fuera un remo. (Este piquito montañero sirve para todo).
Entre unas cosas y otras se nos escapa el tiempo, y al llegar al
valle son casi las cinco de la tarde. ¡El último teleférico
baja a las seis! Seguimos andando, pero sin agobiarnos, ya que si
lo perdemos sabemos bajar andando. En este tramo volvemos a usar
las raquetas, y Chus aprovecha para romper una de ellas y dar una
magnífica oportunidad a Carlos de prestarle una suya. Caballero
como él solo. Ella se resiste un poco, "me da vergüenza",
dice, pero al final accede. Los demás nos resistimos a que,
tras el gesto, Carlitos vaya cojeando sólo con una raqueta,
así que hacemos la típica ñapa hispana arreglándola
con una cuerda, cuatro revueltas, tres palitos entrecruzados y siete
nudos. No está mal para salir del paso.
Cuando avistamos el Cable son las siete menos cuarto, así
que ni nos acercamos a él. Tenemos dos opciones de bajada:
por Áliva hasta Espinama, que es una ruta más larga
pero menos expuesta, o por la canal de la Jenduda, más directa
pero también más inclinada. Ángel y Miguel
optan por lo primero y el resto por lo segundo. (No tenemos inconveniente
en separarnos en grupos siempre que nadie, nunca, vaya solo).
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La bajada por Áliva la hacen sin problemas, disfrutando
de unos estupendos paisajes y en continua charleta. (Como buen pescador,
Miguel cuenta toda su colección de fluviales anécdotas).
Hasta el chalé-refugio siguen la huella en la nieve, y de
ahí hacia abajo por una pista de tierra. Llegan a Espinama
ya anocheciendo y esperan a que los recoja uno de los coches.
La bajada por la canal es algo más excitante, porque la
inclinación en la parte central pone los pelos de punta.
Mejor no resbalar por aquí. Nuevamente hacemos tramos de
espaldas, que es más seguro, aunque más lento. La
canal es muy estrecha en algunos puntos -no más de tres metros
de ancha- y conserva mucha nieve porque da la sombra todo el día.
Nos parece bellísima, un rincón digno de visitar,
un regalo. Los paredones de roca con esa lengua de nieve nos hacen
disfrutar una vez más. Tras la canal ya sólo queda
bajar por una senda que zigzaguea por la ladera hasta Fuente Dé,
adonde llegamos también al anochecer.
Volvemos al albergue en los coches, sin olvidarnos de recoger a
los de Espinama. Estamos rotos de cansancio, pero contentísimos
por la jornada. Doce horas pateando, casi todo el tiempo por nieve,
con esas rampas y ese entorno nos han dejado como en otro mundo.
¡Y hemos hecho cumbre! Exultamos de gozo, y esto se nota en
nuestras caras, expresiones y risas. Miguel no termina de creer
lo que ha hecho, Periko no para de un lado para otro, Kris está
completamente zombi, Angelito más contento que unas pascuas,
Miki con la risa floja, Félix no deja de decir tonterías
de las suyas, Carlos más irónico e inspirado que nunca,
y así todos sin excepción. Todo había salido
cien veces mejor de lo esperado. (O doscientas).
Nos dan de cenar puré de patata con picatostes, albóndigas
con tomate y de postre unas ricas natillas. Todo lo zampamos casi
de golpe, porque traemos bastante hambre. La auto-gestión
no ha cambiado de un día para otro. Ya en las habitaciones
seguimos charlando y comentando todos los detalles, lo bien que
nos hemos sentido, lo sorprendente que ha sido todo. Kris aprovecha
para hacer estiramientos y decirnos cómo se hacen. Miguel
y Miki son de los primeros que se meten en el sobre. Poco a poco
vamos cayendo los demás. Sueño reparador.
Domingo, 24 de abril de 2005
Día tranquilo, después de las emociones del anterior.
Tras desayunar y pagar el albergue parte del grupo decide dar una
vuelta por Potes y hacer algo de turismo. Otra parte decide hacer
una pequeña ruta por el puerto de San Glorio, en la montaña
llamada Coriscao. En torno a la una de la tarde nos juntamos todos
y vamos a Riaño a comer. Buenas alubias, buenas verduras,
buena carne, buen vino, buena charla. Como no habíamos hecho
ninguna foto de grupo con la banderola HC el día anterior,
la hacemos en el restaurante. La camarera no daba crédito.
¿Quiénes serán estos pirados? Después
de comer, viaje hasta Madrid sin nada que destacar.
El día después
Intercambio de correos para decir lo bien que lo hemos pasado y
cruzar impresiones. Los músculos están aún
un poco cansados, así que toca descansar algo más
antes de reanudar los entrenamientos para las próximas rutas.
Recopilamos las fotos para preparar un CD que repartiremos en unos
días y así poder recordar todo mucho mejor. Analizamos
el track que capturó el GPS y vemos que fueron catorce kilómetros
y medio, con una subida de 800m y una bajada de 1600m. Pero la dificultad
no estuvo ni en la distancia ni en el desnivel, sino en la nieve
blanda. Esa fue la verdadera protagonista. Esta ruta en verano seguro
que se puede hacer en la mitad de tiempo.
Entre nosotros todo se desarrolló sin roces y con un estupendo
ambiente. Esta experiencia en Picos de Europa ha sido fantástica
y todos tenemos claro que habrá que volver. ¡Y pronto!
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