Llegamos el viernes sin mayor novedad, a buena hora y dispuestos
a cenar en el bar del pueblo. Ya en éste, una señora
amabilísima (o quizá, no tanto) lamentó no
podernos atender al no tener pan. Ello no obstante y después
de conducir toda la tarde, decidimos tomar algo, pues ya no teníamos
que conducir, y cenar en los apartamentos lo que hab�amos llevado.
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A la vista de su abierto talante, convinimos en encargarle la cena
del día siguiente, cuestión finalmente desestimada
por todos por cuanto nos dijo que sería carne, sólo
carne, exclusivamente carne y, dada nuestra insistencia en ampliar
un poco el menú, taxativamente carne. Inadmisible para unos
deportistas.
Así las cosas, como queda dicho, decidimos cenar por "nuestros
propios medios" en los apartamentos. Ya en ellos y todos juntos,
podéis imaginar los ausentes: profusión de toda clase
de barritas energéticas; frutos secos, algo de fruta y agua,
mucho agua... Una estricta frugalidad nos invadía. Tímidamente
los compañeros encargados de las viandas se atrevieron a
poner sobre la mesa unas buenas cervecitas; un buen vinito; y alimentos,
en rigor, prohibidos para nosotros: jamón delicioso; fuet
del bueno; tortilla de patata; una especie de empanada o pizza que
estaba riquísima y otras delicias que no recuerdo, pero que
me temo nos hicieron sucumbir a todos.
Durante la cena, el autor de la crónica solicitó permiso
para contar un chiste, cuestión ésta rechazada por
la unanimidad de los presentes sabedores de su pesadez y torpeza
en estos menesteres. No obstante lo anterior, el compañero
Félix, desde su férrea jefatura, autorizó al
dicente a contar uno y sólo uno, con el fin de evitar su
lógica frustraci�n.
Al día siguiente y tras un agradable desayuno, nos esperaba
Peña Ubiña, un verdadero "paseo". Consiste
en una agradable subida de casi mil metros coronada por una aún
más amena trepada de unos trescientos o cuatrocientos metros,
que conduce a la cima. Total unos mil cuatrocientos metros de desnivel.
(Aprovecho para decir, que es la trepada más bonita que uno
pueda imaginar: fuerte, vertical y segura. Pero sin nieve, se entiende).
Especial mención en la subida merece la cura por dos veces
de los pies de Chus por parte de Paco. Si bien, fue Kristina, la
que cambiando sus propias botas con Chus, puso fin al sufrimiento
de ésta. Ángel, que estimó que no era muy ortodoxo
eso de cambiar las botas en la monta�a, no pudo por menos que cambiar
de opini�n cuando vio a Chus en la cima feliz, contenta y sin molestias
en los pies.
Ya en la cumbre y tras las fotos de rigor, el grupo escribió
unas palabras en el libro/registro dedicadas a los compañeros
ausentes, dejando constancia de que Haciendo Camino había
estado allí. Como hacía buen tiempo, aprovechamos
nuestra estancia en la cumbre para reponer fuerzas (aunque unos
más que otros, todo hay que decirlo).
El descenso lo hicimos por una relativamente cómoda, aunque
muy empinada, arista, que nos situó en un verde prado donde
aprovechamos para descansar un rato y extasiarnos viendo el recorrido
que hab�amos hecho, el cual, por cierto, visto desde allí,
parec�a increíble. Después nos dirigimos al pueblo
donde teníamos los coches aparcados y en el que Javier se
había comprometido a buscar un sitio adecuado para cenar.
Una vez encargada la cena, nos dirigimos a nuestros apartamentos
para asearnos. Ya en ellos, tuvimos oportunidad de comprobar los
sofisticados trabajos de cerrajería con una simple tarjeta
de donante llevados a cabo por Kristina en la puerta del apartamento
de Ana y Javier, los cuales habían olvidado la llave dentro.
Reitero mi emocionado recuerdo también a esa labor, si bien
no pude ser testigo directo de ello, pues no quería dejar
sólo currando a nuestro ínclito jefe, Félix,
el cual no paró de trabajar en todo el fin de semana.
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Sin embargo, se ha de admitir que las eficaces gestiones de Javier
no dieron el resultado que esperábamos; así, se nos
comunicó que en el pequeño bar del pueblo no había
ni Coca Cola, ni Aquarius, ni biopavo, ni yogures bífidus
de poleo menta o té verde, ni queso blanco sin sal, ni ensalada,
ni, en fin, el extenso etcétera por todos conocido de nuestras
comidas preferidas... Este contratiempo supuso un arduo y no menos
tenso debate en el grupo que al final decidió conformarse
con jamón, queso, patatas fritas con huevos y chorizo, callos,
cordero y unas manzanas de postre, todo ello regado con cerveza
o vino, según preferencias y, para acabar, un poco de café
de puchero.
La cena, justo es admitirlo, discurri� en "silencio".
Todos, sin excepci�n, estábamos "tristes y cariacontecidos";
si bien, entendíamos que siendo la monta�a sacrificio, en
el valle también debíamos asumirlo. Llegamos a los
apartamentos sumidos cada uno en nuestros propios pensamientos.
Creo recordar que, en esta instancia, el autor de estas líneas
fue instado por Félix, nuestro amado e inflexible jefe �que
calzado con unas zapatillas de vivos colores trataba de alegrarnos-
a contar un chiste, sólo uno, para animar a los compañeros.
El autor apenado en lo más íntimo como todos, contó
un admirable chiste interactivo �y sólo uno- ejemplo del
pragmatismo que debe imperar en nuestras acciones; algunos lo recordaréis:
el de "organización, jolín, organización",
que alguien gritaba desaforadamente en la quietud de la noche.
Al día siguiente y tras un frugal desayuno, nos acercamos
a un pequeño promontorio para contemplar el paisaje; a continuación,
nos fuimos a visitar una ermita prerrománica. A ambos lugares,
nuestro temido jefe, Félix (en funciones), acudió
calzando unos botines de bailarín que realzaban -además
de a su propia figura- la fiereza sin par con que ejercía
el mando (pero en funciones, siempre en funciones).
Decididos a volver a Madrid lo antes posible y satisfechas ya nuestras
inquietudes culturales, se apuntó la conveniencia de comer
en Asturias antes de reemprender el camino a casa. Fue otro imperdonable
error.
De nuevo, y pese a ir recomendados por Fermín, "el
tratante", un viejo amigo nuestro, fuimos a dar con nuestros
huesos a un restaurante de Pola de Lena donde, más o menos,
otra vez se nos impuso un menú que dejaba mucho que desear:
entrantes consistentes en ensaladas, patés de pescado con
mayonesa; gambones cocidos, jamón... (con lo que ya, prácticamente
habíamos comido); pero es que aún faltaba, según
los gustos, la sopa de marisco, las fabes con almejas; el rape con
salsa, la carne con patatas... unos inmensos platos de postre con
todo tipo de pasteles y helados; vino (Rioja y Ribera del Duero,
j�venes), café, una "gotina" de orujo y, pásmese
la afición, hubo quien pidió hasta un puro... Intolerable.
Absolutamente contrariados con tan reiterados errores de organización,
nos volvimos a Madrid, tras unas breves despedidas de compromiso.
Por lo demás, ha sido un fin de semana inolvidable con una
gente especial. Acertadísima la elección de la ruta
por parte de Javier y Ana, en un entorno que siempre invita a volver.
Las viandas compradas por Paco (desayunos) y Ana (cenas), reunieron
los necesarios requisitos de abundantes, pertinentes y exquisitas.
Creo no equivocarme al afirmar que lo único que echamos en
falta fue a nuestros compa�eros ausentes.
Mi emocionado recuerdo para Periko, duro lugarteniente de nuestro
querido jefe Félix (en funciones); para Ángel, siempre
ocupado en avisarnos de salir, entrar, subir o bajar, dos horas
antes de cualquier actividad) y para Delfín, que como buen
asturiano, sentía más intensamente que nadie ese paisaje
que a todos nos enamoraba.
Hasta la próxima, con inmenso cariño.
Miguel Dorado (14 de octubre de 2005)
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