Como ruta "top" de este 2005 planificamos subir al Mont
Blanc, Alpes, la montaña más alta de Europa occidental.
Nos preparamos a conciencia, entrenando, leyendo información,
debatiendo hasta la saciedad los aspectos más técnicos.
Para algunos de nosotros es la primera experiencia en los Alpes, para
otros simplemente la segunda.
Elegimos la "ruta de los cuatro miles", también conocida
como "ruta de los españoles" (no sabemos por qué,
pero hace ilu), que se inicia en el refugio Les Cosmiques. Para bajar
elegimos ir por el refugio Gouter en vez de volver al de partida.
Sabemos desde el principio que es una ruta dura, pero nos lanzamos
a por ella, confiando en nuestras fuerzas, nuestra limitada experiencia
y la ayuda que nos podamos prestar unos a otros.
Somos diez (Iñaki, Jorge, José María, Félix,
Javi, Ana, Carlos, Kris, Periko y Fer). Normalmente los grupos que
intentan el MB son más pequeños, por lo que planificamos
dividirnos en tres cordadas que funcionen de forma más o menos
independiente en determinadas partes del recorrido.
Con una ilusión enorme, mezclada con cierto respeto por la
envergadura del reto, nos disponemos a salir.
¡A por el MB!
9 de julio de 2005, viaje a Chamonix
Vamos de Madrid a Chamonix en tres coches, turnándonos
los conductores. Larguísimo viaje que se hace bastante pesadote
al final. Lo más significativo es que nos ponen una multa poco
antes de cruzar la frontera. ¿Exceso de velocidad? No. ¿Adelantamiento
indebido? No. ¿Cinturón de atrás no puesto? Sí.
El listillo de Félix va sin cinturón atrás y
le caen 90 euritos. Coge tal rebote el Felisuco que se enfrenta al
guardia, argumentando de todo, y casi acabamos todos en el cuartelillo.
Carlos interviene para serenar los ánimos y dar un toque de
humor al tema. Seguimos adelante.
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Tras catorce interminables horas llegamos al bonito Chamonix (1.025
m), ciudad cuna del alpinismo. Nos alojamos en el chalé Whymper.
Bed & breakfast. Antes de irnos al "sobre" nos tomamos
una rica pizza y damos un paseo por las calles más céntricas.
La tensión se percibe en nuestras caras. Somos mono-tema.
Lo mejor es que las previsiones del tiempo son inmejorables. Veremos.
10 de julio de 2005
Desayunamos y nos separamos en dos grupos ya que la subida al refugio
Les Cosmiques la vamos a hacer por dos rutas distintas.
Unos, los más listos, usando el teleférico que sube
al Aiguille d'Midi. Otros, los más burros, desde mucho más
abajo, desde Montenvers, por el glaciar Mer de Glace.
El día ha amanecido limpio de nubes, con un sol radiante
y temperatura templada.
Teleférico Aiguille d'Midi - Refugio Les Cosmiques
Una parte del grupo (Javi, Ana, Periko, Kris, Jorge, Félix)
tomamos el teleférico que lleva al Aiguille d'Midi. La cabina
tiene capacidad para 54 personas. Va a tope, pero no nos preocupamos
al ver que la mayoría son muy pequeñitos, incluso
menores que nosotros, con ojos rasgados, vestimenta de oficina y
que chillan cada vez que pasamos por un poste. Nuestro ropaje montañero
con toda la ferretería al aire destaca entre ellos.
A mitad de trayecto hay un cambio de cabina. Esta segunda parte
es mucho más vertical y nos desplazamos más despacio.
Al llegar a la aguja "vuelto al mediodía" la cabina
se encaja en un hueco hecho a medida en la inmensa mole de granito.
Nuestros pequeños compañeros de viaje sacan lo más
agudo y estridente de sus orientales gargantas.
Una vez en tierra descubrimos el "palacio" en que nuestro
amigo Ángel nos había propuesto vivaquear en caso
de no tener plaza en el refugio: 300 metros de túneles y
grutas excavadas en la roca que recogen todos los vientos que golpean
la montaña y producen la misma sensación que al abrir
un congelador a 3.842 m de altura. Un cartel a la salida indica
la obligatoriedad de usar crampones, piolé y cuerda.
"¡¿Por ahí tenemos que bajar?!", grita
Pedro al ver el paso de bajada. "¿Y dónde está
la barandilla?" Nos asomamos los demás y nos quedamos
como él: asustaditos de lo que nos espera.
Rápidamente nos ponemos las chaquetas, arneses y crampones.
Nos organizamos en dos cordadas: Félix, Kris y Jorge por
un lado; Ana, Periko y Javi por otro. Casi una hora de preparativos
hacen las delicias de nuestros amigos japoneses y más aún
de sus ultramodernas cámaras superdigitales.
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Empezamos a recorrer la arista con mucho cuidado. Estamos fríos,
lo que exige aún más concentración. Por la
derecha hay una pala de nieve de 300 m de caída y unos 70º
de inclinación. Si estuviéramos locos la haríamos
en culo-esquí. Por la izquierda, otra "palita"
que nos llevaría a Chamonix tras 2.800 m de bajada. ¡Qué
forma de empezar!
Tras la arista la huella gira a la derecha y una cuestecita de
nada nos lleva al refugio Les Cosmiques, 3.613m, encaramado encima
de unas grandes rocas.
El refugio es magnífico, bien decorado y limpio. Está
lleno de atléticos montañeros del norte de Europa
que nos hacen sentir como los japoneses de la cabina. Su equipo
de montaña también destaca por la calidad de todas
y cada una de las prendas. ¡Qué nivel, Maribel!
Pasamos el resto de la jornada tranquilamente, pensando en el día
de aclimatación que tenemos previsto para mañana:
subir al hermoso Tacul que está enfrente del refugio. Notamos
levemente el efecto de la altura: un ligero dolor de cabeza no nos
deja dormir bien esta primera noche alpina.
Montenvers - Mer de Glace
El otro grupo (Ñaki, Josemari, Carlos, Fer) tomamos un
trenecito de montaña que nos lleva a Montenvers (1.918 m),
donde acaba el famoso glaciar Mer de Glace. Nada más bajar
del tren la visión es fantástica, con la lengua del
glaciar haciendo dos curvas amplias hasta perderse tras una montaña.
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Empezamos a andar a las nueve de la mañana y enseguida llegamos
a una pared totalmente vertical, al pie de la cual está el
glaciar. Para bajar hay unas escalerillas cómodas, pero de
vértigo. Casi 150 metros de bajada que hacemos despacio y
agarrándonos bien. El patio debajo es curioso.
Al llegar al hielo (estamos a 1.770 m) nos ponemos los crampones
y empezamos a recorrer el glaciar hacia el sur. Caminar encima del
hielo es un gustazo. Crasgh, crasgh, crasgh. Los pinchos se clavan
de maravilla, dando una seguridad plena. Avanzamos a buen ritmo,
siempre guiados por José María. Además Carlos
nos anima: "Hay dos tipos de montañeros: los que han
tenido problemas en glaciares y los que están a punto de
tenerlos". Con el espíritu revitalizado por estas palabras,
seguimos nuestro andar.
A última hora de la mañana llegamos al glaciar de
Tacul, más corto que el anterior, que también cruzamos.
Tras una paradita para comer llegamos a los seracs de Géant.
(Los seracs son los bloques de hielo en los que se rompe un glaciar
al pasar por una zona convexa, formando grietas). Desde lejos parece
que se pueden cruzar, pero ya en ellos son un complejo laberinto
que no conseguimos atravesar. ¿Por aquí? ¿Por
allá? ¿Rodeamos? ¿Y si giramos a la izquierda?
Ay mi madre, qué lío. ¿No será por aquella
palita? Tras intentarlo por cien sitios decidimos retroceder y subir
al cercano refugio Requin (2.528 m), para preguntar allí
por dónde está el paso hacia el refugio Les Cosmiques.
Llegamos al Requin a las cuatro y media de la tarde. El guarda,
muy amable, nos señala el paso, que dice fácil de
encontrar. (José María, con un perfecto francés
es quien nos va traduciendo). Efectivamente, por donde íbamos,
no habríamos pasado nunca. Era doscientos metros más
arriba. Nos asegura que hasta el refugio Les Cosmiques quedan siete
horas, así que no tenemos ya tiempo y decidimos hacer noche
aquí. Fer llama por teléfono a Félix para informar
del cambio de planes al resto de la expedición y que no se
preocupen. De momento los dos grupos se quedan separados.
Aprovechando que tenemos tiempo Iñaki decide darse una ducha.
Pero resulta que en el Requin no hay duchas, sino un grifo a diez
metros por el que sale agua derretida de un nevero. Él dice
que encantado, se pone en pelota picada y se mete debajo del gélido
chorro. Al minuto sale la guardesa como una energúmena gritando
y echando la bronca al Ñaki porque no se puede estar en bolas
así como así. Nuestro campeón se da la vuelta
hacia la señora haciendo un gesto con los brazos de no entender
ni patata. Ella, ante el colosal espectáculo, se irrita aún
más, coge los pantalones de Iñaki y sale corriendo
hacia un barranco por donde los arroja con desprecio. Luego vuelve
rápida al refugio echando maldiciones por la boca. Nosotros,
al igual que dos escaladores polacos que acaban de llegar, miramos
con asombro a la vez que desternillados. ¡Qué numerito!
Por donde vamos damos la nota. (Más tarde comprendemos: junto
con los guardas está pasando unos días una sobrina
suya, una chavala monísima de veintipocos años, Monnique,
y la guardesa no quiere líos innecesarios.)
Nos serenamos, naked-Ñaki se viste y nos vamos a cenar. Estamos
impresionados por el glaciar y los seracs: no sabíamos que
fueran tan grandes. Comentamos todo y debatimos incluso sobre el
origen de las glaciaciones. (¡Cuántas tonterías
diríamos!). Poco después de llenar la barriga, Carlos
siente una molestia en un tobillo y pasa el resto de la velada con
una bolsa de hielo de glaciar para aliviar la pequeña lesión.
Y nos vamos a dormir, no sin antes echar un último vistazo
a los sercas y a las montañotas que rodean el lugar, que
desde la terraza del Requin son realmente espectaculares.
11 de julio de 2005
De nuevo amanece un cielo limpio como nunca se ve por aquí.
El hombre del tiempo sigue acertando. Increíble. Y que no
pare.
Subida al Tacul
Día de aclimatación a la altura. El grupo que hemos
hecho noche en Les Cosmiques nos disponemos a subir y bajar el Tacul,
como preparación para el objetivo real del viaje, el MB,
que queda para el día siguiente.
No está el "jefe" y la tropa se vuelve más
holgazana de lo normal. Félix toma el bastón de mando
para evitar que nos quedemos jugando a las cartas en este magnífico
refugio. Desde su auto-proclamación da muestras de despotismo,
por ejemplo obligándonos a levantarnos a las cinco. ¿Por
qué tan pronto? ¿Si en el Tacul no hace calor ni a
la hora de la siesta? No se ablanda el tío. Nuestra sorpresa
se produce cuando al bajar a desayunar vemos un sol radiante. Llevaba
razón el Felisuco con la "madrugá".
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Seguimos arrastrando alguna molestia por la altura, aunque menos
que el día anterior. Surgen algunas dudas: ¿seremos
capaces de subir el Tacul?, ¿sabemos lo que vamos a hacer?,
¿y si nos quedamos aquí tranquilamente esperando a
que llegen los pirados del Requin? Félix es tajante: todos
al monte.
Nos encordamos -tardamos la mitad de tiempo en prepararnos que el
día anterior- y nos distribuimos en las mismas cordadas.
Para varios va a ser el primer cuatro mil, lo que causa ilusión,
respeto y responsabilidad. Estamos creciendo. Llevamos un ritmo
lento y progresivo, siempre sobre la huella en la nieve. Primero
bajamos al Col d'Midi, 3.532 m, donde hay varias tiendas de campaña,
y de ahí encaramos una serpenteante subida que deja a los
lados alguna grieta. Sin demasiado cansancio llegamos al hombro
del Tacul, 4.082 m, desde donde se ve bien la cumbre a nuestra izquierda.
Disfrutamos de todos y cada uno de los pasos que damos.
Estamos como niños un 6 de enero recorriendo el tramo desde
su cama hasta el salón, donde esperan los regalos. Desde
el hombro hasta la cima hay una rampas de acercamiento fáciles
y una pared de unos 15 metros mixta de roca y nieve. Esta pared
es como abrir los regalos rompiendo los envoltorios. La hacemos
rápido, quizá demasiado rápido. Y llegamos
a la cumbre. Lo hemos hecho. 4.248 m.
Nos encontramos con otras diez personas, una cruz sencilla con una
inscripción en italiano y unos impresionantes panoramas a
los cuatro vientos. Y sobre todo empezamos a encontrarnos a nosotros
mismos: el viaje por las cumbres más hermosas nos debe llevar
adentro, muy adentro.
Estamos todos contentísimos, exultantes. Periko parece hinchado
de felicidad y casi se nos escapa como un globo de helio. Tenemos
que atar su cuerda a una roca. Félix almacena todo el entorno
en su disco duro. Javier y Ana miran a su alrededor intentando comprender
de dónde viene tanto esplendor. Kris no para de dar botes de
alegría. Y Jorge, Jorge, ni por asomo puede creerse lo que
acaba de hacer.
Damos un tirón a la cuerda que ata a Periko para que volviera
al suelo y entrase en la foto. También hacemos una a unos jóvenes
de Pamplona-Euskadi que quieren hablar de su curiosa geografía,
pero los ignoramos porque esos temas son de cuatro mil metros más
abajo.
No queremos irnos pero los pies se nos están quedando fríos.
Empezamos el destrepe, con cautela. Nuestra sorpresa surge cuando
vemos que una americana, demasiado mayor para ser Pipi Calzaslargas,
baja también sorteándonos y queriendo pasar por donde
estamos nosotros. Parece pretender demostrar que lo de la impenetrabilidad
de los cuerpos ha quedado obsoleto. Tensión y ligeros toques
con los piolés. Lo peor viene cuando sus dos compañeros
de cordada, dos armarios roperos, quieren hacer lo mismo que su inteligente
amiga. Al final ellos mismos se ven en un aprieto, ya que hacer este
tipo de adelantamientos requiere mucha experiencia y valor. Muy distinto
es el caso de otro montañero que, a tres metros por nuestra
izquierda, progresa como si estuviera en las escaleras de su casa,
sin molestrar ni ser molestado, sin ponerse en riesgo ni a él
ni a los demás.
Tras el incidente, bajamos las rampas de nieve borrachos de alegría.
Las cordadas funcionan perfectamente, como si fuese una persona sola,
y las dos cordadas son una. Charlamos, reímos y guardamos cada
uno de estos momentos para la posteridad. En torno a las tres y media
llegamos al refugio. ¿Por qué hemos tardado tanto? Porque
hemos ido comiendo la montaña a mordiscos, y eso exige una
lenta digestión. Ha sido un día perfecto, en un ambiente
perfecto, con una ilusión que no nos quita nadie.
Del Requin a Les Cosmiques
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Unos kilómetros más abajo estamos los cuatro que
hemos dormido en el Requin. Nos levantamos a las seis, desayunamos
y antes de las siete ya estamos de camino, siguiendo las indicaciones
del guarda. El tobillo de Carlos, perfectamente recuperado. Efectivamente
el paso de los seracs es sencillo cuando se sabe por dónde
ir. Avanzamos sin dificultades, pasamos por debajo del cable de
la telecabina que cruza a Italia, y en un santiamén llegamos
al glaciar de Géant, que cruzamos rodeando el Gros Rognon.
(Iñaki quiere ir a trocha, en línea recta, pero la
sensatez de los demás y el track del GPS hacen que vayamos
por la ruta buena). Alegres rampas siguiendo la huella nos llevan
hasta el Col du Midi (3.532 m), desde donde ya vemos el refugio
Les Cosmiques. Última subida y ya estamos en el refu. Hemos
tardado cinco horas y media, bastante menos de lo que dijo el guarda
del Requin. Si llegamos a saberlo lo habríamos hecho ayer
tarde, tal como estaba planeado, para haber subido el Tacul todos
juntos. ¡Qué pena!
Dejamos las mochis, hacemos una buena sesión de estiramientos
en la terraza, comemos algo y esperamos con ansia a los conquistadores
del Tacul, que llegan al poco.
Reencuentro
Saludos efusivos con abrazos y besos. Ambos grupos de nuevo juntos.
Nos contamos qué hemos hecho, lo fácil y lo duro,
lo que nos ha convencido y lo que no, y sobre todo, lo bien que
lo hemos pasado. Ahora toca descansar un poquillo, que mañana
es el día D.
Pasamos la tarde entre la terraza y el comedor. Entablamos rápidamente
conversación con un grupo de navarros (Javi, Ángel,
Aitzíber, Juan Diego y Jesús). Nos cuentan sus correrías
y planes. Van a hacer la ruta de los cuatromiles también,
pero cumbreando el Tacul, el Maudit, el MB y la Dome de Gouter (nosotros
pensamos ir por el mismo camino, pero dejando a un lado las cumbres,
excepto la del MB). Sin duda estos navarricos están fuertes.
Alguien propone que nos midamos las pulsaciones para ver el efecto
de la altura. Todos tenemos entre 15 y 30 más de lo normal.
A estas cotas la menor densidad del aire se nota. Por fortuna, hoy
a ninguno nos duele la cabeza.
A las seis y media cenamos (nuestra mesa es la más ruidosa,
para no variar) y poco después de las ocho ya estamos acostados.
Muchos nervios, muchos. El sueño es ligero para la mayoría.
Nos sentimos como guerreros antes de la batalla final.
12 de julio de 2005, el día más esperado
Nos levantamos a la una de la madrugada. A la una y media estamos
desayunando (sin mucha hambre, la verdad) y a las dos empezamos
a encordarnos. Otra vez el día ha amanecido despejado, ¡qué
gusto! Sólo un grado bajo cero, por lo que no nos abrigamos
en exceso.
Empezamos a andar repartidos en tres cordadas, por el mismo camino
por el que parte de nosotros subió ayer el Tacul. Somos casi
de los últimos en partir, como siempre. Bajamos al Col d'Midi,
3.532 m y de ahí iniciamos el subidón. La huella en
la nieve está bien formada y las lucecitas de las linternas
frontales de todos los que van por delante de nosotros nos guían
perfectamente.
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Hora y media larga de subida sin parar nos ponen en el hombro del
Tacul, a 4.082 m de altura. Noche cerrada aún. Periko no
se encuentra bien: no ha descansado lo suficiente y decide no continuar.
Dudamos si bajar con él o no. Al ver que el camino de vuelta
es sencillo y que la bajada a Chamonix la haría en el teleférico,
decidimos seguir adelante todos, dejando que Periko se vuelva solo.
Una pena. Esta separación de alguna forma marca el resto
de la ruta. Habrá otras oportunidades.
Empieza aquí una ligera bajada al Col Maudit, 4.030 m. En
un pispás afrontamos las rampas de subida al Mont Maudit,
temido por tener una pared de hielo que hay que subir haciendo virguerías.
Amanece.
El paso del Maudit es una pared de hielo de 40 metros, de unos 80º
de inclinación, seguida de una rampa algo menos inclinada
de otros diez metritos. Se forma cola para pasar ya que cada cordada
se asegura independientemente. Hay instalada una cuerda fija, pero
la mayoría no nos fiamos del todo de ella y montamos algún
sistema alternativo. Más de hora y media hasta que nos llega
el turno dan para hablar de todo y con todos. Por delante llevamos
una cordada de vallisoletanos (Quico, Manolo y Javi), majísimos
ellos, que nos dan varias ideas de cómo asegurarnos mejor.
También hay cordadas de ingleses e italianos esperando. Y
por detrás los navarricos, que ya han cumbreado el Tacul
y nos siguen de cerca. Cuando por fin nos llega el turno estamos
fríos, pero al instante nos ponemos a cien. El subidón
de adrenalina es estupendamente brusco. Piolés en mano, patadas
con los crampones al hielo y perfectamente asegurados con la cuerda,
vamos subiendo metro a metro. Este es sin duda el paso más
técnico de toda la ruta.
Al llegar arriba, punto conocido como hombro del Maudit, estamos
ya a 4.360 m de altura. Frente a nosotros se alza majestuoso el
Mont Blanc, que no dejamos de mirar. Empieza el sentimiento de victoria.
Éste no se nos escapa.
Toca bajar de nuevo unos metrillos. La huella va a media ladera
del Maudit y nos lleva en un santiamén al precioso Col de
Brenva, 4.302 m, donde hacemos una parada para comer, descansar,
hacer fotos y comentar todo. Los navarros, que también han
cumbreado el Maudit, nos adelantan por aquí. ¡Qué
bestias!, con perdón.
Los últimos 500 m de desnivel se hacen duros. El cansancio
acumulado y el efecto de la altura hacen que subamos despacito,
con paradas de vez en cuando. En ningún momento perdemos
la huella. Nos cruzamos con los vallisoletanos, que vuelven por
el mismo camino. Charlamos un par de minutos y seguimos para arriba,
a ritmo.
Y por fin la cima. Ahí la tenemos. No nos lo terminamos de
creer. ¡¡Guauuu!! ¡Qué espectáculo!
¡Fascinante! Todo, todo, a nuestros pies. Abrazos, fotos,
caras de júbilo. Lo hemos conseguido. ¿A quién
dedicamos la cumbre? Unanimidad completa: a Periko, que hoy habrá
pasado un mal día. ¡Qué bien se está
aquí arriba!, con este sol radiante, brisa suave y estos
panoramas sin fin.
Nos habría gustado estar más tiempo, pero hay que
bajar. De lejos vemos venir nubes amenazantes. Enfilamos la famosa
arista de Les Bosses. Es una arista larga, siempre nevada, con caídas
a ambos lados y con una huella de un par de palmos de ancha. Disfrutamos
en ella como enanos. Lo más delicado son los cruces con montañeros
que van en dirección contraria: hay que sacar un pie y dejar
la mitad del espacio al otro, cuidando de no engancharnos con nada
de la mochila. Tiene su gracia el tema. Al llegar a la altura del
refugio Vallot, 4.362 m, tenemos las nubes ya cubriéndonos.
No perdemos tiempo y seguimos para abajo, hacia el refugio Gouter,
3.817 m, al que llegamos a media tarde, rendidos de cansancio pero
contentísimos.
El Gouter está hasta la bandera, al hacer tan buen tiempo.
Nosotros no tenemos plaza, al igual que otros muchos, así
que pasaremos la primera parte de la noche en el comedor, tirados
por el suelo o encima de las mesas. Y para colmo no nos dan de cenar
porque dicen estar a tope.
Charlamos sin parar de la jornada, de cómo nos hemos sentido,
de la organización de las cordadas, de todo lo que nos falta
por aprender y de lo satisfechos que estamos. Algunos han tenido
más dificultades en el aspecto físico. Otros en el
técnico. Las sensaciones son muy variadas y nos gusta escuchar
a todos. Fer habla por teléfono con Periko, que nos confirma
que ha bajado bien a Chamonix y ya tiene plaza en el Whymper. Pasadas
las ocho, uno de los guardas toca un silbato: hora de silencio.
Nos acurrucamos como podemos entre los bancos del comedor. Iñaki
es el único que consigue dormir (sobre unas banquetas). Los
demás simplemente dormitamos esperando que pase el tiempo.
13 de julio, bajada a Chamonix
A la una de la magrugada se levantan los montañeros que van
a intentar el MB ese día, y los que no nos metemos en las
camas que dejan libres. Calentitas y todo. Qué lujazo. Sueño
reparador hasta las ocho.
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Desayunamos, recogemos todo y bajamos por la arista Rochers Rouges.
La primera parte, más vertical, está equipada con
un cable de acero al que nos aseguramos. Toda ella tiene muy buenos
agarres y la hacemos sin mayores dificultades. Luego cruzamos la
Bolera, zona en la que caen rodando piedras desde lo alto, muchas
veces desprendidas sin querer por montañeros. Llegamos así
al nevero frente al refugio Tete Rousse, ya cerca de la cota 3.000
m. De aquí hasta la estación Nid d'Aigle, 2.372 m,
hay una senda que hacemos tranquilos. Fer se hace una torcedura
en un tobillo y tiene que bajar más despacio. El resto del
grupo le lleva la mochila, como buenos hermanos.
Ya sólo queda coger el trenecito de cremallera que nos baja
a Chamonix, donde nos espera Periko. Vamos directos al Whymper para
darnos una merecida ducha y dejar de oler a tigre (o tigresa). Por
último, una cena en uno de los mejores restaurantes de la
ciudad.
14 de julio, vuelta a Madrid
Desayunamos pronto y nos volvemos pitando a Madrid. Otra montonera
de horas al volante. Al igual que a la ida tuvimos el incidente
de la multa de Félix, en esta ocasión es en un control
policial: la mayoría de los coches pasan sin más,
pero el de Carlos, Ñaki, Josema y Jorge es demasiado sospechoso,
así que lo paran, les piden documentación, les hacen
abrir las mochilas, explicar qué son los crampones, por qué
llevan esos picos, por qué tanta cuerdecita y un largo etcétera.
Más de una hora. El resto del viaje se desarrolla sin incidentes.
Aún no hemos asimilado la aventura. Hablamos de todo lo vivido,
lo que nos ha entusiasmado y lo que tenemos que mejorar para las
próximas. Lo que está claro es que en el morral nos
traemos unas cuantas cumbres y haber saboreado durante cuatro días
eso que llaman "alpinismo".
Algunos datos de interés
Teléfono del chalé Whymper: +33-450-530-063
Teléfono del refugio Les Cosmiques: +33-450-544-016
Teléfono del refugio Requin: +33-450-531-696
Teléfono del refugio Gouter: +33-450-544-093
En total (gasolina, peajes, comida, refugios) nos hemos gastado
529 euros por persona
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