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Crónica de la subida al Mont Blanc (Alpes)
(9-14 de julio de 2005)
Como ruta "top" de este 2005 planificamos subir al Mont Blanc, Alpes, la montaña más alta de Europa occidental. Nos preparamos a conciencia, entrenando, leyendo información, debatiendo hasta la saciedad los aspectos más técnicos. Para algunos de nosotros es la primera experiencia en los Alpes, para otros simplemente la segunda.

Elegimos la "ruta de los cuatro miles", también conocida como "ruta de los españoles" (no sabemos por qué, pero hace ilu), que se inicia en el refugio Les Cosmiques. Para bajar elegimos ir por el refugio Gouter en vez de volver al de partida. Sabemos desde el principio que es una ruta dura, pero nos lanzamos a por ella, confiando en nuestras fuerzas, nuestra limitada experiencia y la ayuda que nos podamos prestar unos a otros.

Somos diez (Iñaki, Jorge, José María, Félix, Javi, Ana, Carlos, Kris, Periko y Fer). Normalmente los grupos que intentan el MB son más pequeños, por lo que planificamos dividirnos en tres cordadas que funcionen de forma más o menos independiente en determinadas partes del recorrido.

Con una ilusión enorme, mezclada con cierto respeto por la envergadura del reto, nos disponemos a salir.
¡A por el MB!

9 de julio de 2005, viaje a Chamonix
Vamos de Madrid a Chamonix en tres coches, turnándonos los conductores. Larguísimo viaje que se hace bastante pesadote al final. Lo más significativo es que nos ponen una multa poco antes de cruzar la frontera. ¿Exceso de velocidad? No. ¿Adelantamiento indebido? No. ¿Cinturón de atrás no puesto? Sí. El listillo de Félix va sin cinturón atrás y le caen 90 euritos. Coge tal rebote el Felisuco que se enfrenta al guardia, argumentando de todo, y casi acabamos todos en el cuartelillo. Carlos interviene para serenar los ánimos y dar un toque de humor al tema. Seguimos adelante.

Tras catorce interminables horas llegamos al bonito Chamonix (1.025 m), ciudad cuna del alpinismo. Nos alojamos en el chalé Whymper. Bed & breakfast. Antes de irnos al "sobre" nos tomamos una rica pizza y damos un paseo por las calles más céntricas. La tensión se percibe en nuestras caras. Somos mono-tema. Lo mejor es que las previsiones del tiempo son inmejorables. Veremos.

10 de julio de 2005
Desayunamos y nos separamos en dos grupos ya que la subida al refugio Les Cosmiques la vamos a hacer por dos rutas distintas.
Unos, los más listos, usando el teleférico que sube al Aiguille d'Midi. Otros, los más burros, desde mucho más abajo, desde Montenvers, por el glaciar Mer de Glace.
El día ha amanecido limpio de nubes, con un sol radiante y temperatura templada.

Teleférico Aiguille d'Midi - Refugio Les Cosmiques

Una parte del grupo (Javi, Ana, Periko, Kris, Jorge, Félix) tomamos el teleférico que lleva al Aiguille d'Midi. La cabina tiene capacidad para 54 personas. Va a tope, pero no nos preocupamos al ver que la mayoría son muy pequeñitos, incluso menores que nosotros, con ojos rasgados, vestimenta de oficina y que chillan cada vez que pasamos por un poste. Nuestro ropaje montañero con toda la ferretería al aire destaca entre ellos.

A mitad de trayecto hay un cambio de cabina. Esta segunda parte es mucho más vertical y nos desplazamos más despacio. Al llegar a la aguja "vuelto al mediodía" la cabina se encaja en un hueco hecho a medida en la inmensa mole de granito. Nuestros pequeños compañeros de viaje sacan lo más agudo y estridente de sus orientales gargantas.

Una vez en tierra descubrimos el "palacio" en que nuestro amigo Ángel nos había propuesto vivaquear en caso de no tener plaza en el refugio: 300 metros de túneles y grutas excavadas en la roca que recogen todos los vientos que golpean la montaña y producen la misma sensación que al abrir un congelador a 3.842 m de altura. Un cartel a la salida indica la obligatoriedad de usar crampones, piolé y cuerda.

"¡¿Por ahí tenemos que bajar?!", grita Pedro al ver el paso de bajada. "¿Y dónde está la barandilla?" Nos asomamos los demás y nos quedamos como él: asustaditos de lo que nos espera.

Rápidamente nos ponemos las chaquetas, arneses y crampones. Nos organizamos en dos cordadas: Félix, Kris y Jorge por un lado; Ana, Periko y Javi por otro. Casi una hora de preparativos hacen las delicias de nuestros amigos japoneses y más aún de sus ultramodernas cámaras superdigitales.

Empezamos a recorrer la arista con mucho cuidado. Estamos fríos, lo que exige aún más concentración. Por la derecha hay una pala de nieve de 300 m de caída y unos 70º de inclinación. Si estuviéramos locos la haríamos en culo-esquí. Por la izquierda, otra "palita" que nos llevaría a Chamonix tras 2.800 m de bajada. ¡Qué forma de empezar!

Tras la arista la huella gira a la derecha y una cuestecita de nada nos lleva al refugio Les Cosmiques, 3.613m, encaramado encima de unas grandes rocas.

El refugio es magnífico, bien decorado y limpio. Está lleno de atléticos montañeros del norte de Europa que nos hacen sentir como los japoneses de la cabina. Su equipo de montaña también destaca por la calidad de todas y cada una de las prendas. ¡Qué nivel, Maribel!

Pasamos el resto de la jornada tranquilamente, pensando en el día de aclimatación que tenemos previsto para mañana: subir al hermoso Tacul que está enfrente del refugio. Notamos levemente el efecto de la altura: un ligero dolor de cabeza no nos deja dormir bien esta primera noche alpina.

Montenvers - Mer de Glace
El otro grupo (Ñaki, Josemari, Carlos, Fer) tomamos un trenecito de montaña que nos lleva a Montenvers (1.918 m), donde acaba el famoso glaciar Mer de Glace. Nada más bajar del tren la visión es fantástica, con la lengua del glaciar haciendo dos curvas amplias hasta perderse tras una montaña.

Empezamos a andar a las nueve de la mañana y enseguida llegamos a una pared totalmente vertical, al pie de la cual está el glaciar. Para bajar hay unas escalerillas cómodas, pero de vértigo. Casi 150 metros de bajada que hacemos despacio y agarrándonos bien. El patio debajo es curioso.
Al llegar al hielo (estamos a 1.770 m) nos ponemos los crampones y empezamos a recorrer el glaciar hacia el sur. Caminar encima del hielo es un gustazo. Crasgh, crasgh, crasgh. Los pinchos se clavan de maravilla, dando una seguridad plena. Avanzamos a buen ritmo, siempre guiados por José María. Además Carlos nos anima: "Hay dos tipos de montañeros: los que han tenido problemas en glaciares y los que están a punto de tenerlos". Con el espíritu revitalizado por estas palabras, seguimos nuestro andar.

A última hora de la mañana llegamos al glaciar de Tacul, más corto que el anterior, que también cruzamos. Tras una paradita para comer llegamos a los seracs de Géant. (Los seracs son los bloques de hielo en los que se rompe un glaciar al pasar por una zona convexa, formando grietas). Desde lejos parece que se pueden cruzar, pero ya en ellos son un complejo laberinto que no conseguimos atravesar. ¿Por aquí? ¿Por allá? ¿Rodeamos? ¿Y si giramos a la izquierda? Ay mi madre, qué lío. ¿No será por aquella palita? Tras intentarlo por cien sitios decidimos retroceder y subir al cercano refugio Requin (2.528 m), para preguntar allí por dónde está el paso hacia el refugio Les Cosmiques.

Llegamos al Requin a las cuatro y media de la tarde. El guarda, muy amable, nos señala el paso, que dice fácil de encontrar. (José María, con un perfecto francés es quien nos va traduciendo). Efectivamente, por donde íbamos, no habríamos pasado nunca. Era doscientos metros más arriba. Nos asegura que hasta el refugio Les Cosmiques quedan siete horas, así que no tenemos ya tiempo y decidimos hacer noche aquí. Fer llama por teléfono a Félix para informar del cambio de planes al resto de la expedición y que no se preocupen. De momento los dos grupos se quedan separados.

Aprovechando que tenemos tiempo Iñaki decide darse una ducha. Pero resulta que en el Requin no hay duchas, sino un grifo a diez metros por el que sale agua derretida de un nevero. Él dice que encantado, se pone en pelota picada y se mete debajo del gélido chorro. Al minuto sale la guardesa como una energúmena gritando y echando la bronca al Ñaki porque no se puede estar en bolas así como así. Nuestro campeón se da la vuelta hacia la señora haciendo un gesto con los brazos de no entender ni patata. Ella, ante el colosal espectáculo, se irrita aún más, coge los pantalones de Iñaki y sale corriendo hacia un barranco por donde los arroja con desprecio. Luego vuelve rápida al refugio echando maldiciones por la boca. Nosotros, al igual que dos escaladores polacos que acaban de llegar, miramos con asombro a la vez que desternillados. ¡Qué numerito! Por donde vamos damos la nota. (Más tarde comprendemos: junto con los guardas está pasando unos días una sobrina suya, una chavala monísima de veintipocos años, Monnique, y la guardesa no quiere líos innecesarios.)

Nos serenamos, naked-Ñaki se viste y nos vamos a cenar. Estamos impresionados por el glaciar y los seracs: no sabíamos que fueran tan grandes. Comentamos todo y debatimos incluso sobre el origen de las glaciaciones. (¡Cuántas tonterías diríamos!). Poco después de llenar la barriga, Carlos siente una molestia en un tobillo y pasa el resto de la velada con una bolsa de hielo de glaciar para aliviar la pequeña lesión. Y nos vamos a dormir, no sin antes echar un último vistazo a los sercas y a las montañotas que rodean el lugar, que desde la terraza del Requin son realmente espectaculares.

11 de julio de 2005
De nuevo amanece un cielo limpio como nunca se ve por aquí. El hombre del tiempo sigue acertando. Increíble. Y que no pare.

Subida al Tacul
Día de aclimatación a la altura. El grupo que hemos hecho noche en Les Cosmiques nos disponemos a subir y bajar el Tacul, como preparación para el objetivo real del viaje, el MB, que queda para el día siguiente.

No está el "jefe" y la tropa se vuelve más holgazana de lo normal. Félix toma el bastón de mando para evitar que nos quedemos jugando a las cartas en este magnífico refugio. Desde su auto-proclamación da muestras de despotismo, por ejemplo obligándonos a levantarnos a las cinco. ¿Por qué tan pronto? ¿Si en el Tacul no hace calor ni a la hora de la siesta? No se ablanda el tío. Nuestra sorpresa se produce cuando al bajar a desayunar vemos un sol radiante. Llevaba razón el Felisuco con la "madrugá".

Seguimos arrastrando alguna molestia por la altura, aunque menos que el día anterior. Surgen algunas dudas: ¿seremos capaces de subir el Tacul?, ¿sabemos lo que vamos a hacer?, ¿y si nos quedamos aquí tranquilamente esperando a que llegen los pirados del Requin? Félix es tajante: todos al monte.

Nos encordamos -tardamos la mitad de tiempo en prepararnos que el día anterior- y nos distribuimos en las mismas cordadas. Para varios va a ser el primer cuatro mil, lo que causa ilusión, respeto y responsabilidad. Estamos creciendo. Llevamos un ritmo lento y progresivo, siempre sobre la huella en la nieve. Primero bajamos al Col d'Midi, 3.532 m, donde hay varias tiendas de campaña, y de ahí encaramos una serpenteante subida que deja a los lados alguna grieta. Sin demasiado cansancio llegamos al hombro del Tacul, 4.082 m, desde donde se ve bien la cumbre a nuestra izquierda. Disfrutamos de todos y cada uno de los pasos que damos.

Estamos como niños un 6 de enero recorriendo el tramo desde su cama hasta el salón, donde esperan los regalos. Desde el hombro hasta la cima hay una rampas de acercamiento fáciles y una pared de unos 15 metros mixta de roca y nieve. Esta pared es como abrir los regalos rompiendo los envoltorios. La hacemos rápido, quizá demasiado rápido. Y llegamos a la cumbre. Lo hemos hecho. 4.248 m.

Nos encontramos con otras diez personas, una cruz sencilla con una inscripción en italiano y unos impresionantes panoramas a los cuatro vientos. Y sobre todo empezamos a encontrarnos a nosotros mismos: el viaje por las cumbres más hermosas nos debe llevar adentro, muy adentro.

Estamos todos contentísimos, exultantes. Periko parece hinchado de felicidad y casi se nos escapa como un globo de helio. Tenemos que atar su cuerda a una roca. Félix almacena todo el entorno en su disco duro. Javier y Ana miran a su alrededor intentando comprender de dónde viene tanto esplendor. Kris no para de dar botes de alegría. Y Jorge, Jorge, ni por asomo puede creerse lo que acaba de hacer.

Damos un tirón a la cuerda que ata a Periko para que volviera al suelo y entrase en la foto. También hacemos una a unos jóvenes de Pamplona-Euskadi que quieren hablar de su curiosa geografía, pero los ignoramos porque esos temas son de cuatro mil metros más abajo.

No queremos irnos pero los pies se nos están quedando fríos. Empezamos el destrepe, con cautela. Nuestra sorpresa surge cuando vemos que una americana, demasiado mayor para ser Pipi Calzaslargas, baja también sorteándonos y queriendo pasar por donde estamos nosotros. Parece pretender demostrar que lo de la impenetrabilidad de los cuerpos ha quedado obsoleto. Tensión y ligeros toques con los piolés. Lo peor viene cuando sus dos compañeros de cordada, dos armarios roperos, quieren hacer lo mismo que su inteligente amiga. Al final ellos mismos se ven en un aprieto, ya que hacer este tipo de adelantamientos requiere mucha experiencia y valor. Muy distinto es el caso de otro montañero que, a tres metros por nuestra izquierda, progresa como si estuviera en las escaleras de su casa, sin molestrar ni ser molestado, sin ponerse en riesgo ni a él ni a los demás.

Tras el incidente, bajamos las rampas de nieve borrachos de alegría. Las cordadas funcionan perfectamente, como si fuese una persona sola, y las dos cordadas son una. Charlamos, reímos y guardamos cada uno de estos momentos para la posteridad. En torno a las tres y media llegamos al refugio. ¿Por qué hemos tardado tanto? Porque hemos ido comiendo la montaña a mordiscos, y eso exige una lenta digestión. Ha sido un día perfecto, en un ambiente perfecto, con una ilusión que no nos quita nadie.

Del Requin a Les Cosmiques

Unos kilómetros más abajo estamos los cuatro que hemos dormido en el Requin. Nos levantamos a las seis, desayunamos y antes de las siete ya estamos de camino, siguiendo las indicaciones del guarda. El tobillo de Carlos, perfectamente recuperado. Efectivamente el paso de los seracs es sencillo cuando se sabe por dónde ir. Avanzamos sin dificultades, pasamos por debajo del cable de la telecabina que cruza a Italia, y en un santiamén llegamos al glaciar de Géant, que cruzamos rodeando el Gros Rognon. (Iñaki quiere ir a trocha, en línea recta, pero la sensatez de los demás y el track del GPS hacen que vayamos por la ruta buena). Alegres rampas siguiendo la huella nos llevan hasta el Col du Midi (3.532 m), desde donde ya vemos el refugio Les Cosmiques. Última subida y ya estamos en el refu. Hemos tardado cinco horas y media, bastante menos de lo que dijo el guarda del Requin. Si llegamos a saberlo lo habríamos hecho ayer tarde, tal como estaba planeado, para haber subido el Tacul todos juntos. ¡Qué pena!

Dejamos las mochis, hacemos una buena sesión de estiramientos en la terraza, comemos algo y esperamos con ansia a los conquistadores del Tacul, que llegan al poco.

Reencuentro
Saludos efusivos con abrazos y besos. Ambos grupos de nuevo juntos. Nos contamos qué hemos hecho, lo fácil y lo duro, lo que nos ha convencido y lo que no, y sobre todo, lo bien que lo hemos pasado. Ahora toca descansar un poquillo, que mañana es el día D.

Pasamos la tarde entre la terraza y el comedor. Entablamos rápidamente conversación con un grupo de navarros (Javi, Ángel, Aitzíber, Juan Diego y Jesús). Nos cuentan sus correrías y planes. Van a hacer la ruta de los cuatromiles también, pero cumbreando el Tacul, el Maudit, el MB y la Dome de Gouter (nosotros pensamos ir por el mismo camino, pero dejando a un lado las cumbres, excepto la del MB). Sin duda estos navarricos están fuertes.

Alguien propone que nos midamos las pulsaciones para ver el efecto de la altura. Todos tenemos entre 15 y 30 más de lo normal. A estas cotas la menor densidad del aire se nota. Por fortuna, hoy a ninguno nos duele la cabeza.

A las seis y media cenamos (nuestra mesa es la más ruidosa, para no variar) y poco después de las ocho ya estamos acostados. Muchos nervios, muchos. El sueño es ligero para la mayoría. Nos sentimos como guerreros antes de la batalla final.

12 de julio de 2005, el día más esperado
Nos levantamos a la una de la madrugada. A la una y media estamos desayunando (sin mucha hambre, la verdad) y a las dos empezamos a encordarnos. Otra vez el día ha amanecido despejado, ¡qué gusto! Sólo un grado bajo cero, por lo que no nos abrigamos en exceso.

Empezamos a andar repartidos en tres cordadas, por el mismo camino por el que parte de nosotros subió ayer el Tacul. Somos casi de los últimos en partir, como siempre. Bajamos al Col d'Midi, 3.532 m y de ahí iniciamos el subidón. La huella en la nieve está bien formada y las lucecitas de las linternas frontales de todos los que van por delante de nosotros nos guían perfectamente.

Hora y media larga de subida sin parar nos ponen en el hombro del Tacul, a 4.082 m de altura. Noche cerrada aún. Periko no se encuentra bien: no ha descansado lo suficiente y decide no continuar. Dudamos si bajar con él o no. Al ver que el camino de vuelta es sencillo y que la bajada a Chamonix la haría en el teleférico, decidimos seguir adelante todos, dejando que Periko se vuelva solo. Una pena. Esta separación de alguna forma marca el resto de la ruta. Habrá otras oportunidades.

Empieza aquí una ligera bajada al Col Maudit, 4.030 m. En un pispás afrontamos las rampas de subida al Mont Maudit, temido por tener una pared de hielo que hay que subir haciendo virguerías. Amanece.

El paso del Maudit es una pared de hielo de 40 metros, de unos 80º de inclinación, seguida de una rampa algo menos inclinada de otros diez metritos. Se forma cola para pasar ya que cada cordada se asegura independientemente. Hay instalada una cuerda fija, pero la mayoría no nos fiamos del todo de ella y montamos algún sistema alternativo. Más de hora y media hasta que nos llega el turno dan para hablar de todo y con todos. Por delante llevamos una cordada de vallisoletanos (Quico, Manolo y Javi), majísimos ellos, que nos dan varias ideas de cómo asegurarnos mejor. También hay cordadas de ingleses e italianos esperando. Y por detrás los navarricos, que ya han cumbreado el Tacul y nos siguen de cerca. Cuando por fin nos llega el turno estamos fríos, pero al instante nos ponemos a cien. El subidón de adrenalina es estupendamente brusco. Piolés en mano, patadas con los crampones al hielo y perfectamente asegurados con la cuerda, vamos subiendo metro a metro. Este es sin duda el paso más técnico de toda la ruta.

Al llegar arriba, punto conocido como hombro del Maudit, estamos ya a 4.360 m de altura. Frente a nosotros se alza majestuoso el Mont Blanc, que no dejamos de mirar. Empieza el sentimiento de victoria. Éste no se nos escapa.

Toca bajar de nuevo unos metrillos. La huella va a media ladera del Maudit y nos lleva en un santiamén al precioso Col de Brenva, 4.302 m, donde hacemos una parada para comer, descansar, hacer fotos y comentar todo. Los navarros, que también han cumbreado el Maudit, nos adelantan por aquí. ¡Qué bestias!, con perdón.

Los últimos 500 m de desnivel se hacen duros. El cansancio acumulado y el efecto de la altura hacen que subamos despacito, con paradas de vez en cuando. En ningún momento perdemos la huella. Nos cruzamos con los vallisoletanos, que vuelven por el mismo camino. Charlamos un par de minutos y seguimos para arriba, a ritmo.

Y por fin la cima. Ahí la tenemos. No nos lo terminamos de creer. ¡¡Guauuu!! ¡Qué espectáculo! ¡Fascinante! Todo, todo, a nuestros pies. Abrazos, fotos, caras de júbilo. Lo hemos conseguido. ¿A quién dedicamos la cumbre? Unanimidad completa: a Periko, que hoy habrá pasado un mal día. ¡Qué bien se está aquí arriba!, con este sol radiante, brisa suave y estos panoramas sin fin.

Nos habría gustado estar más tiempo, pero hay que bajar. De lejos vemos venir nubes amenazantes. Enfilamos la famosa arista de Les Bosses. Es una arista larga, siempre nevada, con caídas a ambos lados y con una huella de un par de palmos de ancha. Disfrutamos en ella como enanos. Lo más delicado son los cruces con montañeros que van en dirección contraria: hay que sacar un pie y dejar la mitad del espacio al otro, cuidando de no engancharnos con nada de la mochila. Tiene su gracia el tema. Al llegar a la altura del refugio Vallot, 4.362 m, tenemos las nubes ya cubriéndonos. No perdemos tiempo y seguimos para abajo, hacia el refugio Gouter, 3.817 m, al que llegamos a media tarde, rendidos de cansancio pero contentísimos.

El Gouter está hasta la bandera, al hacer tan buen tiempo. Nosotros no tenemos plaza, al igual que otros muchos, así que pasaremos la primera parte de la noche en el comedor, tirados por el suelo o encima de las mesas. Y para colmo no nos dan de cenar porque dicen estar a tope.

Charlamos sin parar de la jornada, de cómo nos hemos sentido, de la organización de las cordadas, de todo lo que nos falta por aprender y de lo satisfechos que estamos. Algunos han tenido más dificultades en el aspecto físico. Otros en el técnico. Las sensaciones son muy variadas y nos gusta escuchar a todos. Fer habla por teléfono con Periko, que nos confirma que ha bajado bien a Chamonix y ya tiene plaza en el Whymper. Pasadas las ocho, uno de los guardas toca un silbato: hora de silencio. Nos acurrucamos como podemos entre los bancos del comedor. Iñaki es el único que consigue dormir (sobre unas banquetas). Los demás simplemente dormitamos esperando que pase el tiempo.

13 de julio, bajada a Chamonix
A la una de la magrugada se levantan los montañeros que van a intentar el MB ese día, y los que no nos metemos en las camas que dejan libres. Calentitas y todo. Qué lujazo. Sueño reparador hasta las ocho.

Desayunamos, recogemos todo y bajamos por la arista Rochers Rouges. La primera parte, más vertical, está equipada con un cable de acero al que nos aseguramos. Toda ella tiene muy buenos agarres y la hacemos sin mayores dificultades. Luego cruzamos la Bolera, zona en la que caen rodando piedras desde lo alto, muchas veces desprendidas sin querer por montañeros. Llegamos así al nevero frente al refugio Tete Rousse, ya cerca de la cota 3.000 m. De aquí hasta la estación Nid d'Aigle, 2.372 m, hay una senda que hacemos tranquilos. Fer se hace una torcedura en un tobillo y tiene que bajar más despacio. El resto del grupo le lleva la mochila, como buenos hermanos.

Ya sólo queda coger el trenecito de cremallera que nos baja a Chamonix, donde nos espera Periko. Vamos directos al Whymper para darnos una merecida ducha y dejar de oler a tigre (o tigresa). Por último, una cena en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

14 de julio, vuelta a Madrid
Desayunamos pronto y nos volvemos pitando a Madrid. Otra montonera de horas al volante. Al igual que a la ida tuvimos el incidente de la multa de Félix, en esta ocasión es en un control policial: la mayoría de los coches pasan sin más, pero el de Carlos, Ñaki, Josema y Jorge es demasiado sospechoso, así que lo paran, les piden documentación, les hacen abrir las mochilas, explicar qué son los crampones, por qué llevan esos picos, por qué tanta cuerdecita y un largo etcétera. Más de una hora. El resto del viaje se desarrolla sin incidentes. Aún no hemos asimilado la aventura. Hablamos de todo lo vivido, lo que nos ha entusiasmado y lo que tenemos que mejorar para las próximas. Lo que está claro es que en el morral nos traemos unas cuantas cumbres y haber saboreado durante cuatro días eso que llaman "alpinismo".

Algunos datos de interés
Teléfono del chalé Whymper: +33-450-530-063
Teléfono del refugio Les Cosmiques: +33-450-544-016
Teléfono del refugio Requin: +33-450-531-696
Teléfono del refugio Gouter: +33-450-544-093
En total (gasolina, peajes, comida, refugios) nos hemos gastado 529 euros por persona


 

 

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