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Crónica de la ruta Circo de Gredos - Portilla del Rey
(31 - enero / 1 - febrero 2004)

Sábado, 31 de enero de 2004
Bajamos del coche en la Plataforma de Gredos (1770m) y encontramos un ambiente frío y húmedo. Hemos hecho un buen viaje desde Madrid, comentando todo lo que queremos hacer este fin de semana y recordando anécdotas de otros viajes similares. Vamos ilusionados. Ir a Gredos en invierno es nuevo para muchos, y nos atrae muchísimo la ruta que hemos elegido.

Mochilas al hombro, altímetros y GPS ajustados, empezamos la subida hacia el Prado Pozas por la calzada empedrada que nace al fondo del aparcamiento. Esperábamos encontrar más nieve por aquí, pero los últimos días ha llovido y buena parte se ha derretido. Vamos despacito, calentando motores. Llegamos al puente de cemento que cruza el río y aquí nos separamos de la ruta fácil. Ya hay que empezar a dar emoción a esto. Hemos venido hasta aquí para buscar retos dificiles, nada de paseos. Así que nos adentramos por el valle del río Pozas, con el plan de subir el Morezón.

Andamos siempre paralelos al río. Tenemos unos minutillos de sol, pero pronto se cubre del todo y empieza a llover. Llegamos al fondo del valle, entre cascaditas y pozas, de ahí el nombre. Giramos a la derecha y enfilamos el primer subid�n del fin de semana. Una preciosa pala de nieve, inclinadísima, estimamos que en torno a 60 grados. Necesitamos crampones, sin duda. La subida es de tres pares de narices, y nos hace resoplar a todos. Adem�s llueve a mares, así que llegamos contentos arriba. Collado de la Trocha, 2252m.

Hemos traído una banderola HaciendoCamino que acabamos de hacer, sin estrenar todavía. Pero hace tanto viento en el collado que si la sacamos nos lleva a todos en volandas. Mejor en otra ocasión.

Para cumbrear el Morezón nos queda una cresta de nada, pero con esta lluvia y este vendaval decidimos dejarlo para otro momento. Esto no lo vemos como un pequeño fracaso. Es que la climatología es la jefa. Si ella dice que no conviene, nosotros, montañeros prudentes y sumisos, hacemos caso y empezamos la bajada al refugio.

La bajada, con tanta nieve es fácil. Ademas el GPS nos marca claramente la dirección y hay algún que otro hito de piedra. Nos vamos acercando a la laguna Grande de Gredos, dentro del inmenso circo glaciar, y nos la encontramos helada, y con un color plata azulado preciosísimo. ¡Qué espectáculo! Sólo por ver esto ya vale la pena venir hasta aquí. Nos cruzamos con un monta�ero, y le preguntamos si se puede cruzar por encima del hielo, para no dar la vuelta. Nos dice que algunos lo han hecho, así que nosotros, animados especialmente por Miguel, nos decidimos. Golpeamos el hielo con el piolé y como parece duro damos un primer pasito, luego otro, otro más, y así, con más miedo que otra cosa, la cruzamos. Miguel luego nos confesó que su interés estaba únicamente en poder presumir entre sus amiguetes. Así que los demás, con tal de darle gusto, hala, a cruzar la lagunita. Somos complacientes.

Y aún con la adrenalina alta por la emoción y el miedo, llegamos al refugio José Antonio Elola, (hola, hola, cómo mola, ¿dónde está Lola?). Es un refugio antiguo y pequeño, pero con estupendo ambiente. Tras registrarnos, a comer, que venimos desfallecidos. La idea era hacer algo por la tarde alrededor del refugio, pero llueve bastante, así que nos quedamos de charleta. Hablamos de todo, especialmente de que, excepto los paragüas, todo cala. Ni Gore-teh, ni Sympa-teh, ni Timo-teh. Si llueve como hoy, no hay más remedio que aceptar la cruda realidad de la humedad hasta la médula. Entre tanta disquisición técnico-filosófica, Miguel nos cuenta un chistecito: "¿Cuál es el único pez que ladra?" ... (pausa) ... "El lenguau". Je, je. Sin comentarios.

Poco antes de la hora de la cena llega el gran susto: se nos acerca el guarda, y nos dice que nos ha tocado una habitación con un pequeño problema. ¿Qué? Pues que hay goteras en ese cuarto, encima de las literas, y han puesto un plástico para proteger, y nosotros estamos justamente debajo. Nada importante. Nos miramos con cara de imbéciles (o sea, la que tenemos a diario) y nos encogemos de hombros. ¿Será para tanto? Cuando por fin reaccionamos, Pedro y Miguel suben a ver, y bajan pálidos y con cara de resignación, confirmando lo que nos habían contado. ¿Por qué nos ha tocado precisamente a nosotros?

La cena está servida. En la mesa nos toca con otro grupo de cinco, y rápidamente surgen las comparativas: ¿por qué nosotros cinco tenemos gotera y vosotros cinco no? Se apresuran a responder: con nosotros viene una chica. Entendido. Efectivamente son cuatro chicos y una chica. No hay duda.

De primero nos ponen sopa. Sopa de todo, porque en el caldo flotan caracolas de pasta, trozos de carne de dudosa procedencia, trocitos de vegetales, cosas grises que sospechamos son restos de gore, y no sabemos qué más. Nadie quiso repetir. De segundo, lomo de cerdo adobado con ensalada de lechuga y soja (que Félix aliñó de forma exquisita). Y de postre, macedonia de bote, con su rodajita de piña y todo.

Un poco más de charla y a dormir. Subimos ya todos al cuarto de la gotera. Primero Miguel, que se pone en un extremo. Después entra Fernando, que se pone junto a Miguel. Después Martin. En cuarto lugar Pedro, pero al ver que le iba a tocar al lado de Félix, se niega, y dice a Martin que se eche para allá. Por último llega Félix, y entra al otro extremo. Pero siempre tiene que dar la nota, así que decide hacerse un chiringuito con seis mantas, dos debajo y cuatro arriba, y además dice que necesita más espacio, que ha traído muchas cosas, la mochila, el piolet, los crampones, comida, el camel-back marca Gregory, mil trastos. Que nos apretemos todos que él necesita espacio. Media hora discutiendo. Martin es el que más tiene que aguantar. Además el muy jeta dice que sus mantas son de matrimonio, así que necesita el espacio equivalente. Qué pesado. Por aburrimiento se calla y al final nos deja dormir.

Pero no: la gotera gotea, lógico. Y el agua goteada resbala por el plástico azul hasta unos cubos puestos para la ocasión. Toc. Bip. Net... Toc. Bip. Net... Vaya soniquete. Acabamos acostumbrándonos y caemos fritos.

Domingo, 1 de febrero de 2004
Nos despertamos antes de las siete, y Miguel exclama: "No se oyen las gotas. Ha dejado de llover". Fernando se levanta rápido, baja a la calle, mira al cielo y sube de nuevo a la habitación. "Cierto. No llueve. ¡Se ven las estrellas!"
Entonces comprendimos todo: la gotera no era tal, sino una estación metereológica camuflada. Ni meteosat ni gaitas. Para saber el tiempo, nada como una buena gotera. Miguel llevaba razón. No llovía.

Desayunamos rápido y escaso. Recogemos todo, y a andar, que la ruta es larga. A los pocos minutos viene el primer resbalón porque la nieve está dura, así que decidimos ponernos los crampones para ir seguros.

Vamos subiendo, contentos por el preciosísimo día que tenemos, y llegamos tras unos repechos al collado que nos separa del valle del Gargantón. Desde él divisamos la Portilla del Rey, adonde nos dirigimos. Bajamos al valle y, como era de esperar, hay un río que hay que cruzar saltando entre las piedras. Divertido. Y otra vez para arriba. Ahora la subida es más larga. Según subimos hay más nieve y las vistas son más espectaculares. Una pala de nieve de más de cien metros nos hace medir nuestras fuerzas. Más rampas y, ya bajo la Portilla, otra pala de nieve de las que hacen historia. Cada uno sube a su ritmo. Alrededor de las once ya todos estamos en la Portilla del Rey (2374m). Desde ella, por la otra vertiente, se divisa una de las cinco lagunas, también helada. Bellísimo paisaje. Foto con la banderola nueva, que por fin estrenamos. Estamos todos felices, allí arriba, bromeando y riendo sin parar. El esfuerzo ha merecido la pena.

Comenzamos la bajada, desandando lo andado. Llegamos al Gargantón e iniciamos la tercera subida del día, al collado. Después bajamos hasta la laguna grande, y para no dar la vuelta entera, por el refugio, decidimos cruzarla de nuevo por encima del hielo. Otro subidón de adrenalina. Pero el hielo está duro, y aguanta nuestro peso sin resquebrajarse. Viene ahora la cuarta subida, a los Barrerones (2220m). Tiene poca pendiente, pero es larga, y ya estamos algo cansados. Y por último la bajada hasta la Plataforma, donde nos espera el coche para volver a Madrid.

Para acabar
Dos estupendos días de montañismo invernal, en los que hemos tenido frío y sol, lluvia y nieve, cansancio y risas, y unos espectaculares paisajes. El circo de Gredos, con la laguna, las paredes de roca, y con el coloso Almanzor, son dignos de ver y admirar. El ambiente entre nosotros ha sido también inmejorable, sin roces de ningún tipo, y con un estupendo sentir de grupo. Ahora empezamos a preparar la próxima, que este venenillo que tenemos dentro no nos deja parar.


 

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