La subida al Pico Gran Bachimala (3.177 m) no estaba en nuestros
planes para este año, pero un mes antes, subiendo hacia el
collado Chistau, vimos esta mole pirenaica y nos quedamos admirados,
así que cambiamos nuestro plan inicial de ir al Aneto por
este otro menos conocido. Además en aquella ocasión
hablamos con unos montañeros maños que acababan de
hacer la ruta y nos habían dado todo tipo de detalles, lo
que nos animó aún más. Queremos subir por Punta
Sabre, al sur de la cumbre, y bajar por la vía normal, al
oeste.
El refugio más cercano al Bachimala es el de Viadós
(algunos escriben 'Biadós'), pero ya está cerrado
en estas fechas, así que vamos preparados para vivaquear
o dormir en tiendas en el caso que la zona de alojamiento libre
esté ocupada. Llevamos también comida suficiente y
hornillos de gas para calentarla.
Las previsiones del tiempo anuncian frío y nieve, pese a
lo cual nos lanzamos a la aventura, al ser probablemente la última
oportunidad que tenemos este año de volver a los "Piris".
15 de octubre de 2004
Viajamos desde Madrid en dos coches. Por la mañana sale uno
en el que van Miguel, Félix y Ángel. Por la tarde
otro con Jorge, Pedro, María y Fernando. Para llegar al Viadós
hay que ir primero a Ainsa, luego a San Juan de Plan, y a la salida
de este pueblo tomar una pista de tierra de doce kilómetros
y cerca de doce mil baches hasta una pequeña zona de aparcamiento
a menos de cien metros del refugio.
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La zona libre del Viadós es un edificio pequeño con
dos habitaciones de no más de diez metros cuadrados. En la
primera hay un par de mesas, unos asientos, una pileta y un grifo
con agua corriente. En la otra hay seis literas de hierro forjado,
con unos somieres que parecen chicle y unos colchones finos. Todo
está sorprendentemente limpio y recogido. Llegamos y está
vacía, cosa que nos alegra sobremanera porque no está
el tiempo fuera como para ponerse a montar tiendecitas, y mucho
menos para dormir al raso.
Tomamos algo caliente (habíamos cenado de camino) y llega
el momento culminante: somos siete, y hay seis camas; ¿quién
duerme en el suelo? Como no hay voluntarios (ni voluntaria) decidimos
echarlo a suertes, y tras disimulada trampa le toca a Félix.
Se niega, se retuerce, protesta, patalea, implora misericordia...
No hacemos ni caso. La suerte es la suerte, chico. Además
María le presta una colchoneta auto-inflable de esas que
no-se-inflan-ni-patrás, así que no se puede quejar.
Como hace fresquito (once grados dentro del refugio) nos metemos
en los sacos pronto. Varias tonterías más, sobre todo
en torno al tema de la buena suerte de Félix, y a dormir.
16 de octubre de 2004
Nos levantamos casi a las ocho, un poco más tarde de lo que
teníamos pensado. Desayunamos calentito, nos hacemos la foto
de rigor y empezamos a andar. El día está encapotado,
sin mucha pinta de abrir.
La ruta es desde el principio cuesta arriba, atravesando un tupido
bosque de coníferas. Antes de los 2.000m de altura encontramos
nieve, mucho más pronto de lo esperado. Al salir del bosque
hay mucha más nieve, y nos ponemos las polainas, que esto
va a ser una ruta invernal más que otoñal.
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Subimos a buen ritmo, guiados en parte por algunos hitos de piedra
y en parte por el GPS. La senda casi no se ve por estar tapada por
la nieve, y no hay huella de nadie que nos haya precedido.
Cerca de la cota 2.400 m nos despistamos (es decir, Fernando no
lee bien el GPS), y en vez de ir a media ladera hacia el Cuello
de la Señal de Viadós (vaya nombrecito tiene el collado)
nos dirigimos cresteando a una cumbre secundaria llamada Señal
de Viadós (2.601 m), que coronamos tras una trepadita algo
expuesta y unos buenos repechos. A esta altura ya la niebla nos
envuelve por completo y no se ve bien el camino para bajar al collado
de forma directa, así que decidimos desandar lo andado hasta
corregir el error y encaminarnos bien hacia el collado.
Toda esta parte es muy pizarrosa, y con la capa de nieve caída
se anda muy lentamente. Llegamos al Cuello (2.528 m) en torno a
la una de la tarde, y ya vemos que no va a dar tiempo de acabar
la subida al Bachimala. Queremos estar de vuelta en el Cuello no
más allá de las tres, para llegar al refugio antes
de las seis, con margen suficiente por si hubiera algún percance.
Continuamos la subida, avanzando todo lo rápido que podemos,
que no es mucho por las condiciones del suelo.
La gran ventaja de todo este tramo es lo amenizados que vamos con
los cánticos de Félix. Todo tipo de ritmos, sones,
alaridos y escalas, aunque predominan las melodías de los
años treinta y cuarenta del siglo pasado, que domina a la
perfección. Es una fonoteca andante.
María lleva los pies helados porque le han calado las botas,
y nos planteamos dar media vuelta para que cuanto antes se ponga
seca. (Ninguno lleva calcatines de repuesto en la mochila: error
de principiantes). Pero en este punto surge magnífico y solidario
Ángel: "Llevo dos pares puestos, están secos,
y te dejo uno". María acepta y ambos se descalzan para
el traspaso. No importa que Ángel use talla-45 y María
talla-36. El caso es que ella dice que ya va bien.
Poco antes de las dos, a 2.740 m de altura y a siete bajo cero,
decidimos dar media vuelta. Hemos llegado más lejos de lo
que otros muchos habrían hecho en estas condiciones. La niebla
no deja ver más allá de 40 metros, así que
cumbrear tampoco nos habría regalado la vista. Cuesta abajo
María se pone a la cabeza del grupo, y con los pies ya calentitos
nos baja a un ritmo vivo que da gusto. Llegamos al Cuello, donde
hacemos una paradita corta para comer algo y rápidamente
continuar la bajada, esta vez por el barranco de la Gatera, haciendo
así una ruta circular más variada que si fuera de
ida y vuelta.
La bajada se hace dura, especialmente por los muchos resbalones,
de los que nadie se libra. Pero vamos contentísimos. Uno
de los que va más feliz es Jorge, alegre de haber re-encontrado
los Pirineos tras varios años sin venir por aquí.
Con su cámara de video ultraligera saca imágenes de
todo para inmortalizar la jornada, lo mismo que los demás
con las cámaras de fotos digitales último modelo.
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La última parte, ya por debajo de la cota de 2.000 m y sin
nieve la hacemos por la senda GR11 que recorre el valle del Cinqueta
d'Añes Cruces. Esta parte sí parece otoño,
con bellísimos contrastes entre el verde oscuro de las hojas
perennes y los rojizos y anaranjados de las caducas. Todo un espectáculo.
Antes de las seis llegamos al refugio, cansados y felices, tras
ocho horas largas de haber andado, trepado, subido, bajado, resbalado,
cambiado calcetines... y todo con agua-nieve constante, niebla espesa
y un virugi al que no estamos acostumbrados, que hace dos días
íbamos en chanclas por Madrid. Ahora toca descansar y comer.
En el refugio encontramos nuevos inquilinos: tres franceses (que
están recorriendo los Pirineos desde Hendaya hasta Gerona,
parte por el GR11 español y parte por el GR10 francés)
están esperando para ver si tienen sitio. Menos mal que habíamos
dejado las cosas dentro. También llegan tres montañeros
catalanes (estos van a subir el Posets al día siguiente)
pero al ver el mogollón de gente que somos deciden irse a
otro refugio cercano que conocen. Un rato después, cuando
ya anochece, nos preparamos una cena rica, rica, bien regada con
un vinito de la tierra que Miguel había comprado al venir.
Charlamos de lo humano, lo sobrehumano y de montaña. No podía
ser de otra forma.
Y todavía quedaba una última sorpresa. Poco antes
de acostarnos salimos del refugio a hacer el último pis,
miramos arriba y nos encontramos con un inmenso cielo negro salpicado
por miles de estrellas. ¡Pero bueno! ¿Dónde
están las nubes que no nos han dejado ver ni un rayo de sol
todo el día? ¿Dónde han ido? ¿Quién
se las ha llevado? Gran misterio es este de la meteorología.
17 de octubre de 2004
Vuelta a Madrid, parando a mitad de camino en Sietamo a comprar
unas cuantas ensaimadas, por aquello de que tienen hidratos de carbono...
y están deliciosas.
Para terminar
Esperábamos una ruta dura por el desnivel que teníamos
que salvar (desde los 1.760 del Viadós hasta los 3.177m del
Bachi), y nos hemos encontramos con otro tipo de dureza: Las condiciones
del suelo y la baja visibilidad. Unos tramos porque nos hundíamos
en la nieve recién caída y otros por los continuos
resbalones, el hecho es que hemos avanzado más lentamente
de lo esperado. No sabemos si habríamos cumbreado el Bachimala
si no nos hubiéramos despistado y si nos hubiéramos
levantado a la hora que queríamos.
Pero lo importante es que hemos vuelto a disfrutar de los Pirineos.
¡Nunca nos decepcionan! Estas montañas y estos valles
nos tienen cautivados. Ahora tenemos que seguir entrenando para
las próximas rutas y a empezar a soñar con volver
a los "Piris".
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